jueves, marzo 29, 2007

la de los jueves 29 marzo 2007

Este jueves no tengo la menor idea de qué voy a escribir. El tintero ya no existe. La pluma ya pasó de moda. Ahora la computadora es el testigo cruel de mis empeños. En este afán se me ha ocurrido criticar a ciertos funcionarios públicos: preferí dejarlos descansar por lo menos unas dos semanas. He pensado en escribir sobre el cuello de botella que se hará en el cruce de Román Cepeda y López Mateos una vez que esté terminado el paso elevado de la avenida 16 de Septiembre (si es que antes no se cae, dijo alguien que se sujeta a la estadística): la idea quedó desechada porque de otros cuellos de otras botellas me ocupo durante los jueves. Por un momento cruzó por mi mente tratar el tema de la llamada telefónica que he recibido de un miembro del equipo de Chuy Mario el pasado martes: carece de importancia excepto por mi sospecha de que el Lic. Flores Garza ha leído por lo menos uno de mis afanosos escritos (mi sincero agradecimiento por tomarse el tiempo, Señor Presidente). Quise encontrar palabras para confortar a quien recién ha perdido a su padre: el recuerdo del dolor en carne propia me ha dejado sin aliento y el pensamiento se estremece con una sola idea… en verdad lo siento muchísimo.

Se torna difícil hilar frases en el teclado cuando esta traviesa y voluble amante mía, su majestad la inspiración, promete llegar mas nunca lo hace. Mi entorno se vuelve impasible y gris; la mente se nubla y el buen Merlot no ayuda a que yo encuentre el tema, la idea, la elocuencia.

Por lo anterior, permítanme a cambio contarles una historia que me sé de memoria: se trata de un hombre común y a la vez tan especial como lo es todo ser humano. Nació hace muchos años en una tierra hermosa, de esas que huelen a jazmines y rosas cuando el beso del rocío toca el suelo. Su niñez fue difícil, llena de privaciones. Pero ni la muerte de su padre ni la repentina separación de su familia le doblegó el espíritu. Al contrario, su carácter se forjó como hoja de acero al calor del fogón del mítico herrero. Aquel niño-hombre fue creciendo, y a cada paso se hizo más fuerte, tal como se hacen fuertes los árboles del monte. Su alma, a pesar de la dureza externa, era tierna por dentro. Ahí habitaba el niño travieso e inocente: el que corría riendo delante de su papalote; el que se maravillaba observando las estrellas tirado sobre el pasto, cómplice de la noche; el que lloraba por la rodilla raspada y el que reía ante la simpleza más grande o ante la grandeza más simple. Pasado el tiempo aquel hombre conoció una mujer especial: su complemento. Ella le dio la ternura y amor que su alma pedía: el agua que el sediento busca en medio del desierto. Cuando sus miradas se cruzaban, el sabía, sentía, adivinaba, que sería ella la madre de sus hijos y su compañera por el resto de sus días. Pero es justo decir que aquel hombre tuvo que aparentar dureza. La vida lo había acostumbrado a no mostrar debilidad. Se puede decir que le aterraba ser considerado frágil o endeble. Su inteligencia le decía que el débil es víctima siempre del primero que se percata de esa debilidad y la coraza que lo envolvía le servía para desafiar a pesar de su preferencia por conciliar. Sin embargo, muchas veces, y sólo con su familia, se mostraba tal cual era por dentro de aquel tenaz cascarón, y su risa era como un manantial de esos que salpican y que invitan a refrescarte en sus aguas. Envolvía a los suyos en un suave abrazo del que no querías salir. Del que yo no quería salir. Y así, frente a nosotros, su familia, se llevaba a cabo esa metamorfosis que adorábamos: sus manos fuertes se volvían suaves; su mirada dura, casi carente de emoción, se tornaba expresiva y tierna; su voz de trueno se convertía en suave murmullo de viento pasando por la copa de los árboles. Caía aquel blindaje que lo protegía de parecer débil y, tal vez al contrario de lo que él pensaba, era entonces cuando se hacía más grande, fuerte, invencible.

Hoy, pasado el tiempo y las circunstancias, todavía no se si lo conocí mucho o muy poco. No se si soy el hombre que él soñaba que yo fuera. Hay dudas de muchas cosas, pero de algo sí estoy seguro: casi al final de su duro transitar por este mundo tuve la certeza de que ese hombre fue, es y será, el mejor amigo que he tenido. Me di cuenta demasiado tarde.

Álvaro Castro, donde quiera que te encuentres, va por ti.

Que tengan ustedes buen día y mejores noches.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te equivocaste de dia para dejar descansansar a los politicos mi Mando. Hay mucha tela de donde cortar ahora con la visita de Moreira y las confesiones personales que hizo a los reporteros.
Es, a mi parecer, un "publico" ese bailarin convertido por el insensato populismo, a gobernador.
Resulta que ahora se puso de moda la vasectomia entre los politicos borregos que tenemos en el rancho.
Por eso dicen que los cocodrilos aunque bajito...vuelan si asi lo considera el "resortes" Moreira.

Patricia 333 dijo...

A C T A