jueves, noviembre 15, 2012

Bouteille de vin

                                                                        Bouteille de vin


La llovía caía leve sobre la ciudad de Colmar, a diferencia de otras personas, Armando gustaba de los días nublados y lluviosos, mas aun si estos estaban acompañados de frío. Saco la mitad de su cuerpo por el ventanal de la habitación, cerró los ojos y se dejo acariciar por la lluvia.
Por su mente empezaron a pasar imágenes de esos tiempos idos, estudiante en la ciudad de Monterrey, barrios y calles que han cambiado con el tiempo, algunos inexistentes ya, como “Las Palmitas”, los “Tacos Piratas” de la esquina de Guadalajara y Pablo González, al lado de donde antes viviera Juan Pablo.
Así como se fueron estos lugares, también se fue la tranquilidad al caminar por las calles y la confianza de la gente. Apoyó la barbilla sobre su pecho, y se dejo embriagar de nostalgia: ¿En qué punto se había perdido la inocencia? Al tiempo que pasaba la mano por su calva, alguien tocando a la puerta lo sacó de sus pensamientos. Sin secarse las gotas de lluvia, acudió a abrir la puerta.
–Bonne nuit Monsieur, traigo la botella de vino que ordenó–. Armando señaló hacia la mesa de centro de la pequeña sala. El camarero dejó el servicio en el lugar que le había sido indicado, y tras esperar la firma de la nota y la propina, salió sin decir palabra. El huésped llevaba varios días con ellos, no era muy dado a la charla y todas las noches a la misma hora ordenaba una botella de Riesling, nada más.
Como todas las noches, Armando hizo las copas a un lado y dio un trago del pico de la botella. Caminó de nuevo al ventanal y se apoyó en el marco. Su mirada se dirigió a las personas que estaban en la terraza del Les Bateliers, cruzando el canal, y cayó en cuenta de que la lluvia había cesado, y de nuevo dio un trago a la botella. Salió de su hotel para caminar por las calles empedradas de La Pequeña Venecia, Octubre es frio, así que bajó el abrigo y se aseguró traer la botella de tequila mexicano. Tanto significaba para él el rito del alcohol, que se consideraba a sí mismo un místico del alcohol. Por horas a tragos de tequila, recorrió las calles antiguas bordeadas con casa de colores y entramados de madera.
Por fin llegó a Rue Turenne y tras cruzar el puente, avanzó unos pasos más para dar vuelta por Place des 6 Montaignes Noir y la fuente de Roesselmann. Pasaba de la media noche, por eso no esperaba encontrar a nadie en la calle, pero justo en una banca de la plaza, frente a la cafetería de la esquina, se encontraba sentado un hombre que al escuchar sus pasos, giró levemente la cabeza y saludó. –Bonne Nuit Monsieur, quelle belle nuit–. Armando masculló un –Oui, belle nuit–, y siguió hacia su hotel. Pasaba detrás de la banca el desconocido preguntó: –Tourist?– . –Si, de México–, contestó sin perder paso. –Ah, México, hermoso país el suyo. He estado ahí en varias ocasiones. Siempre tratan bien al visitante. Pero vamos Monsieur, deténgase. Permítame regresarle un poco de hospitalidad a cambio de la que yo recibí allá en su bendita tierra–. Armando se detuvo y volteó a ver a su interlocutor. Este palmeó el espacio vacío a su lado y levantando una copa con vino dijo: –Venga, siéntese, deje que le invite una copa de este excelente Riesling. Además, pedí un delicioso queso de cabra, frutas y pan, le invito a departir conmigo–. Armando comenzó a caminar hacia la banca y debajo del fedora y la bufanda pudo ver el rostro del hombre. Anciano de cara bonachona, de ojos azules y sonrisa contagiosa. Cabello completamente blanco asomaba bajo el sombrero. Armando no pudo evitar sonreír al tiempo que tomaba la copa que le ofrecía el anciano. –Me llamo Armando–. El anciano estrechó su mano con un apretón fuerte y cálido. Tomó otra copa y tras llenarla propuso un brindis. –Bien, Armando de México, que le parece si brindamos por una bella noche, en una bella ciudad–. Ambos levantaron su copa y bebieron.–Ahora, ¿le apetece contarme que lo trae a Colmar?- . –Mi objetivo es escribir. No sobre la ciudad en sí, sino de los dramas que se entretejen a lo ancho y largo de la misma–. El anciano cortó un pedazo de pan, y lo ofreció a Armando. Este lo rechazó con un gesto. –Así que es usted escritor–. –Lo intento, que es algo que disfruto–. Armando vació la copa de un solo trago. –Disculpe, pero no escuche su nombre- el anciano le sonrió y contesto –Será por que no se lo dije, pero me puede llamar Abuelo- . –Bueno es un poco extraño lo que me pide, pero de acuerdo. Dígame abuelo, que lo trae a usted por estos rumbos?- sin chistar aquel contesto –La calma, en esta época la ciudad esta en calma. Cierre los ojos, y notará como puede escuchar el correr del agua de la fuente, y más al fondo, el agua del canal a nuestras espaldas-.
–¿Y qué es lo que escribe?–. –Últimamente cuentos y algunos artículos para una revista, pero mi sueño es publicar un libro. Y si estoy aquí es por la generosidad de un buen amigo, que me financió diciendo que quizá este era el lugar indicado para comenzar un libro. Hasta el momento no he podido hilar una sola frase–. El abuelo rio. –Vamos hijo, que le puedo yo decir más que siga intentando, que siga detrás de su sueño. Quienes no tienen sueños se marchitan, van muriendo lentamente por dentro. Hasta que no queda nada. Siga intentando, luche por ese sueño y no deje que la opinión de la gente lo detengan –Armando asintió con la cabeza y vacío de nuevo su copa –Vaya, nuestro amigo Mexicano tiene sed esta noche- dijo el abuelo riendo y tras vaciar el contenido de la botella en la copa de su amigo dijo –me ha de disculpar, pero siento que no hay calma dentro de usted- Armando bajó la mirada y contestó: –No Abuelo, no la hay. Estoy asqueado de lo que sucede en mi país. Estoy harto de la impunidad de ex gobernantes y gobernantes. Estoy cansado de la incongruencia y la hipocresía con la que vivimos por allá. Cada mexicano es cómplice del mismo mal. Y sobre todo estoy enfermo de haber visto correr tanta sangre–. El anciano le contestó: –Usted no puede acabar con el hambre, la pobreza y tantos males que aquejan a su país, y al mundo. No puede dejarse comer la cabeza con eso. Lo que debe hacer es encomendarse a Dios y pedirle que nos de entendimiento para seguir nuestro camino – al levantar su mirada se encontró con aquellos ojos azules, penetrantes, llenos de calidez y calma;
-Sabe abuelo, tiene razón y créame que lo he escuchado con atención, pero en este momento no puedo evitar pensar que lo he visto en otro lado- aquel hombre rio de nuevo y contesto –es posible que así sea, pero también es posible que me este confundiendo con alguien –Armando acerco mas su rostro al rostro del abuelo y dijo: –Estoy seguro que lo he visto antes, pero no, no es posible. La persona a la que me refiero, no…pues no– el abuelo palmeo sus rodillas diciendo –Ahí tiene, solo fue una confusión–.
–Oiga abuelo, es bastante tarde, y bueno, yo me estoy hospedando aquí a unos pasos en Le Maréchal. Pero usted, pues no se, a menos que vaya a dormir en Le Colombier, le espera un rato de caminata–. El abuelo se sirvió otra copa y dijo: –Platiquemos amigo mio, no se preocupe por mí–.

Por horas abrieron su corazón dos extraños frente a la fuente de Roesselmann. Cuando la madrugada estaba a punto de despuntar, un Armando ebrio le dice al anciano: –Cuando vaya a México, no deje de ir a visitarme– sacó su libreta de apuntes y garabateó su dirección y teléfono, cortando la hoja la extendió hacia el anciano –Aquí me puede encontrar, me daría mucho gusto que mi esposa y mis hijas conocieran al abuelo de Colmar, pero debo decirle su español no tiene tintes de francés– el abuelo palmeó el hombro de Armando y tomando el pedazo de papel dijo: –es que no soy francés, yo nací en Wadowice–. El abuelo comenzó a guardar los restos de la velada en su cesta al tiempo que se quitó el sombrero y la bufanda, y los colocó en la cabeza y cuello de Armando diciéndole por lo bajo: –Duerme hijo y descansa, encuentra en tu corazón a Dios y encontrarás la calma–. Levantó su cesta y se alejó caminando por la Rue Turenne.

El sol comenzó a bañar de luz las calles de la Pequeña Venecia, y el ruido de un camión repartidor provocó que Armando despertara. Notó que portaba el Fedora de aquel hombre y también vestía la bufanda. Con algo de trabajo de puso de pie, y tras acomodarse el sombrero y la bufanda, subió las solapas de su abrigo y caminó hacia su hotel. Al llegar a su cuarto y a pesar del dolor de cabeza por el vino y la desvelada, sacó su computadora y comenzó a escribir. Sentía la necesidad de hacerlo, como si las musas hubiesen llegado de golpe abrazándolo y diciéndole al oído lo que debía escribir. Tan inmerso estaba en su trabajo, que apenas notó los golpes en la puerta, hasta que estos se hicieron más fuertes. Maldiciendo se puso de pie y abrió. Frente a el, un camarero llevaba una botella de vino con un pequeño sobre. –Monsieur, disculpe que lo moleste, pero un caballero le acaba de dejar esto en recepción con la instrucción que se le entregara inmediatamente–. Armando tomó la botella y abrió el sobre, su mirada era de sorpresa. Ante el atónito camarero, le entregó de nuevo la botella y dejó caer la nota para salir corriendo hacia las escaleras. El camarero, curioso, levantó la nota y leyó: “Gracias por abrirme tu corazón, siempre estaré contigo y los tuyos. Karol Jósef Wojtyla”.

jueves, noviembre 01, 2012

Un día como todos

De mi hermano en letras, canciones y aventuras:

UN DÍA COMO TODOS

Otro día más de prisas mañaneras. De dejar los niños en la escuela. De esperar en los semáforos sincronizados en rojo. De llegar y estacionar el carro frente al edificio de oficinas donde trabaja desde hace tanto tiempo. Una vez más, como en los últimos días, su auto se anda calentando. Abre la puerta, mira el reloj que le confirma que apenas llega, y deja para después la revisión bajo el cofre pues bien sabe de memoria que lo único que puede remediar las descomposturas de su viejo auto es el reemplazo. Pero ni hablar del asunto pues los gastos de la familia suman más que los ingresos desde hace tiempo, y las tarjetas de crédito se llevan buena parte de lo que pudiera ser un auto menos maltratado. En el camino hacia el viejo edificio saluda a varios de sus compañeros de trabajo. Hola aquí. Lo siento allá. Qué bien te ves con ese vestido pero nunca te lo diré, más allá. Va saludando a estos seres con los que comparte un espacio y un tiempo, pero ninguno de sus intereses. Las relaciones humanas se le han dificultado desde adolescente cuando se percató que sus argumentos eran sólo medio escuchados, que las compañías eran sólo por un rato y no era él quien marcaba el cómo, cuándo y dónde de la convivencia. Pero eso no le molestaba, pues se conformaba con muy poco. Y de eso sí le sobraba mucho en su aburrida existencia.
Paso tras paso sube las escaleras de la entrada. Recorre los pasillos. Otras escaleras. Otros pasillos. La mente en blanco, como apenas despertando, hasta llegar al cubículo que alberga todo lo que requiere para realizar su aportación a la empresa donde trabaja: un escritorio, una silla y una computadora. Más cerca del baño de lo que quisiera y más lejos de la impresora y la copiadora que cualquier otro, su cubículo era en su cabeza el monumento a la mediocridad. Era la suerte de perro que él pensaba que irremediablemente tenía. Con frecuencia en los aconteceres de su vida le tocaba lo más feo, lo más pesado, lo más ridículo, según sus propios estándares. Por ejemplo, su cubículo era en realidad el área atrapada entre mamparas de otras oficinas que pertenecían a los supervisores, seres éstos que decidieron ahorrar en nombre de la empresa y ubicarlo a él en ese receptáculo, su lugar de trabajo. O si se trataba de ir al cine le tocaba alguna persona de gran estatura frente a sí, o si no, sus palomitas eran las únicas rancias de las del grupo, o si no, era él quien debía esperar a que se terminara de hacer el aseo de los sanitarios que, de mala suerte, le toca justo cuando a él le dan ganas de ir al baño.
Es verdad que se siente desafortunado, pero es un superviviente nato. Sabe moverse por entre el pantano donde subsiste y en donde incluso consigue disfrutar algunas pocas cosas. Y lo mejor de lo mejor se encontraba justo en el trabajo: el chat. Desde que el chat se puso de moda con el internet, sentía que su pequeña cueva de tela acolchada y metal biselado tomaba una dimensión diferente que no le era para nada hostil, y hasta resultaba ventajoso el no tener ventanas, y que desde fuera del cubículo la visión fuera nula por el ángulo de la entrada. Podía con frecuencia e intensidad buscar en la red alguien con quien intercambiar algo, con suerte algo fuerte, y olvidarse un rato de su miserable existencia. Esa posibilidad de platicar con alguien que pudiera ser de otro continente, o que se encuentre a la vuelta por el corredor en alguna otra oficina, daba al chat la magia que motivaba sus sentidos. Se dice que muchas de las veces el interlocutor de un chat puede resultar todo excepto lo que aparenta en sus conversaciones electrónicas. Por eso resulta interesante para almas exploradoras como la suya, la única y verdadera alma pensante que le importa, que vale, que hay que alimentar, y todo lo demás es comparsa o la decoración del mal tiempo y mal espacio que le tocó vivir. Es de los que piensan que la justicia divina está torcida. Pues bien pudo haber nacido antes o después pero con dinero, entre niñas bonitas, de fiesta en fiesta, sin nunca haberse casado. Claro, porque dentro de sí está convencido de que si tan solo hubiese tenido un poco más de suerte desde niño, todo habría sido muy diferente. Su forma de pensar y de actuar. Y desde luego que no se hubiera casado con Evelena, o con cualquier otra. Piensa que la mala suerte lo ha deformado. Nadie más temible y sucio que su propia persona. Se sabe capaz de hacer lo más deshonesto e impúdico, pero la vida no le ha dado la oportunidad de hacerlo. Y al mismo tiempo nadie lo sabe. Ni su esposa. Ni sus hijos. Ni sus padres. Ni sus compañeros de trabajo. Ellos sólo ven la cara decente, sus acciones adecuadas. Solamente en sus sesiones de chat es capaz de dar rienda suelta a sus más secretas pasiones, y en ocasiones deja ver sus partes más radicales que él ha sabido disimular en su casa y en su trabajo. Por eso llegar a trabajar por la mañana no se le hace pesado. Hace un recorrido como zombie desde su cama hasta la entrada de su cubículo, ese pedazo olvidado de las oficinas, cerrado, sin ventanas. Es más, sin puerta. Destinado a un trabajo de poca monta en el que tiene que esforzarse al mínimo para recibir lo mínimo. El clásico juego de perder – perder. Su participación en el negocio se concreta a ingresar números en la computadora. Actualizar documentos controlados de la compañía. Hacer gráficas y reportes para personas que ni conoce. Pero él los hace casi siempre bien. En poco tiempo. Sin revelar la verdadera baja carga de trabajo que siempre ha tenido. Así, aprovecha las oportunidades que tiene para entablar esas conversaciones virtuales que tanto disfruta con la persona que ese día tenga la buena o la mala suerte de cruzarse por su camino. Él no era tan crédulo como su madre. Pero sí sentía que un día, tal vez no dentro de mucho, a través de un chat encontrará a una persona distinta. Misteriosa. Utópica e indefinible. Y así tal vez la relación con esa persona haga que finalmente le pida el divorcio a su esposa. Y deje a los niños con Evelena. Y así él pueda entonces renovarse. Conseguir otro trabajo más digno. Ganar más dinero. Y ser feliz. Lo intuía de una manera pesimista, pues en su fuero interno estaba convencido que su mala suerte se prolongaría por siempre, y de alguna manera le restituía no tener que hacer la canallada que seguramente haría si le saliera la oportunidad. Por eso jugaba. Porque los momios estaban en su contra. Porque era un perdedor.
Se sienta en su silla y deja las cosas que ha traído desde el carro. Cualquier cosa. El correo que recogió en el buzón al salir de su casa, lleno de cobros y estados de cuenta deudores. La comida que su Evelena le prepara a diario para no tener que separarse del cubículo y, según le ha dicho a ella, así ganar algo más de dinero, y ella se lo ha creído. Lejos está ella de imaginarse el verdadero motivo de su marido para no salir de su cueva durante las horas de descanso habituales. Revisa su correo electrónico para librarse de deberes y así transcurre el tiempo que le tocó vivir, sin que nada ni nadie desvíe la inercia misma del universo que se refrenda en este ser insignificante. Hubiese sido un día como cualquier otro, y de hecho lo era, cuando en el borde mismo del lado derecho del monitor un pequeño recuadro le aparece con un nombre misterioso que pide a "Predicador " confirmación de que le interesa una conversación furtiva en la red. Ese nombre misterioso era "Penélope".
Hola Penélope, buscas a alguien para platicar? / Hola Predicador, frecuentas este chat? / No, pero qué bueno que me distraes un poco, estaba aburrido. / En serio, donde estas? / En mi trabajo, pero hace rato que ya no hay nada que hacer. / Mira, que yo quisiera estar en otro lugar, que si fuera el tuyo, yo estaría feliz. / No sabes lo que dices, mi trabajo es el más aburrido del mundo… y tú, qué haces? / Estoy en mi casa. / Mmm… ama de casa? / Si. / Y los niños? / En la escuela. / Y el marido? / En el trabajo. / A caray, no vaya a resultar que soy yo. / Jajaja no creo. / A ver, cómo se llama el marido? / Sus iniciales son JE. / No, no soy yo. / Y tú? Eres casado? / Sí, pero me estoy divorciando. Tenemos tres niños. / Ándale, no tenían tele? / Pues no, la verdad es que no, sin tele y con mucho amor en aquel entonces… / Si, ya se, a mí también me pasa… Y cuantos niños? / Uno. / Mucha tele y nada de nada el marido… no? / Pues algo hay de eso. / Pues ya sabes que uno está para servir al necesitado y atender situaciones difíciles. / Mira que predicador me saliste, siempre les dices lo mismo a todas, no? / Qué pasó, qué pasó, más respetillo. Se lo ofrezco a usted como algo especial, con el afán de aliviar el dolor que se adivina luego luego, pero no ando a cada rato embaucando gente. / No, se ve que solamente es por tratarse de mí. / Desde luego, que no te quede la menor duda. / Ok, oye, nada de chamba tienes, qué suertudo, pues ni siquiera me dices espérame tantito. / Qué pasó, más respetillo. Lo que pasa es que ya tengo todo hecho desde hace rato y me doy mis escapadas para conocer gente interesante en estos barrios. / Y encuentras gente interesante? / Pues tú eres un ejemplo. / No me conoces. / Pues eso se remedia fácilmente, nomas dime dónde y cuándo. / De plano te lanzas duro mi querido predicador, no te andas con rodeos. / Para qué hacer esperar al cuerpo si de él vivimos. / Anda, ya le salió lo predicador. / Dónde y cuándo. / Ni que tuvieras tanta suerte. / A veces me mandan a hacer cosas fuera de la oficina y podríamos aprovechar el tiempo. / Haciendo qué? / Ah, quieres hacer un poco de cerebro, te voy diciendo cómo y por dónde? / Otro día porque ya tengo que irme. / Penélope, cuando quieras me encuentras. / Mañana a la misma hora. / Que tengas dulces sueños a la noche, ya que otra cosa parece que no tendrás. / Tú que sabes… bye.
Un día como todos, con chat y todo lo demás alrededor sucediendo. Ya veremos dijo un ciego, piensa y se levanta de su lugar para ir a buscar el remanso del baño, ese refugio de los que todo el día tienen que soportar un lugar de trabajo tan indeseable como el suyo.

Con todo cariño dedicado a mi querido Rafael Armando Castro Taboada, que en un intento de conquistar el gusto de sus lectores, salió conquistado por el gusto de escribir.

José Luis Segovia Garza. Saltillo, Coah. a 31 de Octubre de 2012.

jueves, octubre 25, 2012

Voces (2ª Parte y Final)

Luis entró a la cabina, y en la silla que había ocupado, se encontraba un tipo delgado con lentes oscuros al estilo Lennon, de melena larga y aspecto despreocupado. Vestía una playera con la leyenda “Aerosmith”, jeans, e inconfundibles zapatos “vagabundos”; su edad era difícil de adivinar. –No puedo negar que tienes buen gusto para esto de la música, ¿pero Sinatra?–. Dando un chasquido con los dedos las bocinas subieron su volumen al máximo y se empezó a escuchar “Twist and Shout” de los Beatles, acto seguido el tipo se puso de pie y comenzó a bailar twist mientras de su boca salía la mismísima voz de John Lennon, igualando el volumen de los parlantes. Luis se acercó a la silla provocando que aquel tipo retrocediera sin perder el ritmo, y canceló el volumen dejando que el silencio se apoderara de nuevo del lugar. –Mira, no se quien seas y no sé cómo entraste aquí, seguramente es una broma de Alberto y ya estuvo bueno. Puedes decirle que me logró sorprender y que tu imitación de Lennon es buenísima. Ahora, si me haces el favor, retírate por donde llegaste, de lo contrario tendré que llamarle a la policía y la bromita terminará muy mal para ti–. El tipo bajó sus lentes casi a la punta de su nariz, y sobre estos dirigió su mirada a Luis diciendo. –Por mi, adelante, es más– sacó un celular del bolsillo del pantalón y lo empujó en la mesa hacia su interlocutor, –usa mi teléfono, márcale a los de la “ley” y diles que tienes un intruso en la estación, pero antes explícame una cosa, ¿cómo es posible que escucháramos al cuarteto de Liverpool, si la canción no esta programada?–. Luis vio la pantalla y, efectivamente, su lista de canciones no había sido alterada. Mayor fue su sorpresa cuando aquel tipo, imitando a la perfección la voz de Sinatra, comenzó a cantar algo de lo que estaba en ese momento programado. Luis subió el volumen y parecía que el imitador sabía exactamente donde iba la canción, pues no corrigió nota. Asombrado Luis lo volteó a ver, y aquel simplemente movió las cejas y con el dedo índice colocó de nuevo los lentes en su sitio. –Sí, Luis, preguntas muchas preguntas, y te responderé la primera que estas a punto de hacer: soy un vendedor, sólo un vendedor, tengo para ti algo que puedes necesitar, o más bien que vas a necesitar–. Luis apenas iba a articular palabra y se vio interrumpido –y mi nombre es, ora veras, es que me han llamado de tantas formas que tengo que buscar el que más se adapte a tu entendimiento–. Ahora fue Luis el que lo interrumpió: –No me vengas con que eres el diablo–. El tipo, soltando una risa grotesca y hueca, imitó la voz de Fernando Soler y parodió: –Sí compadre, soy el diablo–, y de nuevo rio, solo que su risa fue interrumpida por un ataque de tos que luego calmó con un trago del “jaibol” de Luis. –Ahora que todo ya quedó claro, arrímate una silla que tenemos que hablar–. Tomó el celular de la mesa, lo guardó de nuevo en su pantalón, y continuó: –Gracias a mí, las distancias se han acortado y el planeta hoy es una aldea global. Los medios de comunicación manejan a las masas creando desinformación y todo marcha de acuerdo a mi plan, pero aún tengo un problemita: internet. Pero antes de continuar, sírvenos unos “jaibolitos”–. Al ver que Luis no movía un músculo, el tipo se puso de pie y comenzó a servir los tragos mientras seguía hablando: –Pues bien, mi problema son las estaciones como esta, crean opinión, programan música no comercial. Vaya, hacen que la audiencia recuerde tiempos mejores. Y eso no va de acuerdo con lo que tengo en mente–. Luis se pasó la mano por la cara y preguntó: –Y si eres quien dices ser, ¿porqué no simplemente provocas un incendio o algún accidente y destruyes la estación?–. Aquel tipo tomó los dos vasos y entregándole uno a Luis, y tras dar un trago a su bebida, contestó: –Ustedes los humanos me sobre estiman, tu fe y las demás me han hecho tan buena propaganda, que en su cabeza se ha quedado fija la idea que soy casi tan poderoso como el Padre o el Hijo, pero están muy equivocados, ¿sabes en qué radica mi fuerza?, ¿sí lo sabes, verdad? Mi fuerza radica en el mayor regalo que El les dio, malditos simios evolucionados– con la mano izquierda levanto su índice y señaló al techo, –Él les regaló el libre albedrio, y yo simplemente he tomado ventaja sobre un regalo que ustedes no han sabido apreciar–, dio un nuevo trago a su bebida y continuó: –Al contrario también de lo que muchos se imaginan, yo no ando apropiándome de cuerpos, ni tampoco influyo para que existan mensajes ocultos en algunas canciones, de esos que sólo pueden ser escuchados si el disco se toca en la dirección contraria. No Luis, yo soy sólo un vendedor. Toma por ejemplo la fusión atómica, ¡Hey! fue una gran idea, y sólo tuve que susurrar al oído de alguien con suficiente poder lo que esa energía podía destruir, y ya ustedes conocen dos de mis grandes obras contemporáneas, allá en las viejas Hiroshima y Nagasaki. Pero te insisto, no fui yo, fueron ustedes. Libre albedrío Luis, y en eso El no interviene–. Luis confundido y repentinamente agotado preguntó: –Y ¿qué es lo que quieres?–. –Tan sólo quiero que se unan a esta revolución, que su estación de radio se deje de estupideces y empiece a programar lo que se escucha en todos lados, que en lugar de formar opinión, le den a su audiencia una opinión formada. No los dejen pensar, piensen por ellos, eso es lo de hoy Luis–. Dejando su vaso sobre la mesa Luis negó con un movimiento de cabeza y dijo: –Lo siento mucho, yo no voy a entrar en este juego de destrucción, jamás he estado de acuerdo y no lo estaré; y te adelanto que tampoco Alberto te va a seguir la farsa–. –Ah Alberto!, no te preocupes por él. En estos momentos ya está tomando su decisión; y si tu respuesta es final, pues bueno, sólo me queda decir gracias por tu tiempo y hasta muy pronto–. Extendió su mano hacia Luis y este lo ignoró. El tipo se puso de pie, y en un parpadear estaba en la puerta de la cabina a las espaldas de Luis. –Sabes, es una lástima que tu mujer vaya a decidir tomar esa última taza de café, y qué coincidencia, un joven bastante tomado que estará en una reunión dominguera con amigos, se estará retirando, no sin antes llevarse un “six” de cerveza, tu sabes, para el camino. Los choques frontales son terribles Luis, terribles–. El extraño posó su mano en el hombro de Luis……..

Luis de un sobresalto despertó, sudaba a pesar de lo agradable de la temperatura. Checó su reloj y se dio cuenta que tan sólo habían pasado unos minutos después de la llamada de Alberto. Salió de la cabina y, atravesando la recepción bajo las escaleras, vio que todo estaba normal, tráfico de cualquier sábado en la noche y el ruido común de esas horas de la noche. Su corazón aún palpitaba con fuerza. Pasó sus dos manos por su rostro, y más tranquilo, subió de nuevo las escaleras mientras pensaba “qué pesadilla me acabo de aventar”. Sobre la mesa estaba su vaso de whisky aún a la mitad. De un trago lo vacío por completo, justo en el momento que Alberto entraba a la estación: –Qué pasó Luis, decidí hacerte compañía un poco más temprano. Íbamos a ir a cenar, pero a última hora cancelamos todo y aquí me tienes, Luis sonrió y tras saludar a Alberto se comenzó a servir otra bebida preguntando: –¿Te sirvo un alipus?–, Alberto dejó las cosas que traía sobre el refrigerador, en la recepción, contestando –ingrato, no ves que vengo seco–. Luis comenzó a preparar los tragos –sabes Alberto, acabo de tener una pesadilla de lo más loco: estaba aquí en la estación, y un tipo de lentes oscuros y greña larga–. Alberto palideció en ese momento e interrumpiéndolo preguntó: –¿playera de Aerosmith y jeans?–, ambos se quedaron viendo, mientras de nuevo el maldito silencio se hacia presente en la estación, silencio que fue roto por el sonido de la puerta al abrirse y una voz diciendo: Y bien caballeros, supongo ya me tienen su respuesta, ¿o no?

FIN

jueves, octubre 18, 2012

Voces (1ª Parte)

Voces


Luis tenía verdadera pasión por la música. Alberto también. Eso fue clave que los llevó a formar una estación de radio, pues para ambos significaba la posibilidad de poner en práctica aquello para lo que se habían preparado y así nació Radio Elite. Luis, aprovechando que la familia estaba fuera de la ciudad, salió de su casa hacia la estación para transmitir un programa. En el camino pensó en la música que programaría, y si aún estaría la botella de “whiskey” que guardaba en la estación. Al llegar encendió la luz de la cabina de transmisión y dejó lo que traía en las manos sobre la mesa. Luego se dedicó a preparar el equipo, mientras a esos menesteres dedicaba su tiempo se percató de que había un silencio poco habitual. En voz alta, como queriendo romper el mutismo, dijo: –Raro, muy raro–; pero continuó con su tarea. Cuando estuvo todo listo, fue a buscar la botella.

El espacio se empezó a llenar con la voz de Sinatra y su orquesta. Luis dio un trago al primer “jaibol” de la tarde y cerró los ojos dejándose envolver por la música. Estaba tan absorto en las notas que salían de los parlantes que pegó un pequeño salto en la silla cuando sonó su teléfono móvil. –Bueno– contestó, para después escuchar la voz de Alberto –qué pasó Luis, no sabía que ibas a transmitir el día de hoy; oye aprovechando que estas ahí, por favor chécate si deje prendida la luz de mi oficina–. Con un simple movimiento si despegarse de la silla Luis comprobó que la luz estaba apagada. –No hay luz en tu oficina–. Alberto tardó un poco en contestar –Qué raro, estaba seguro la había dejado prendida. ¿Hasta qué hora le vas a dar?–. Eligiendo las canciones para el siguiente bloque de música Luis contestó: –No lo se, pero lo más seguro es que me quede buen rato; a lo mejor hasta la media noche, con eso de que estoy “soltero”, a lo mejor hasta le sigo un rato después de la hora de las brujas–. –Bueno, aquí te voy a estar escuchando un rato; a lo mejor por ahí te caigo, pero será un poco más tarde–. Luis dio un nuevo trago a su bebida y contestó: –Ok, si te decides yo ya abrí la botella de “baigon”; no’más traite una botanita–. Luis dio un largo trago a su bebida y acomodándose en la silla, de nuevo se dejó llevar por la música hacia la tierra de los recuerdos, cuando estudiaba su carrera, aquellas noches calurosas, en uno de tantos ejidos del estado…

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Eran las 11:30 de la noche y la temperatura rondaba entre los 37 y 38 grados Celsius. Todavía la tierra bajo sus pies se sentía caliente, tras haber estado expuesta a más de 44 grados durante el día. Además no había la menor brisa y el silencio era abrumador. Maldita la hora en que la camioneta de la universidad se había descompuesto, obligándolo a pernoctar en aquel ejido en medio de la nada. Caminó hacia una noria, levantando una pequeña nube de polvo a cada paso. Luego bajó la cubeta con cuidado de no hacer ruido, pero ante el sepulcral silencio, el malacate sonaba como el chirriar de las ruedas de una locomotora. Por fin tubo la cubeta llena de agua en sus manos, y lentamente vacío el contenido sobre su cabeza. ¿Cómo podía dormir esta pobre gente con estos malditos calores?, se preguntaba mientras se recargaba en la noria dejando que el agua escurriera hacia el suelo. Un ruido a su izquierda lo hizo enderezarse. –Ta’duro el calorcito, ¿verdá, Inge?–, pregunto Don Isabel (mejor conocido por Chabel), quien amablemente lo invitó a dormir en el cobertizo bajo el enorme huizache. –Don Chabel, espero no haberlos despertado a usted y a su familia con el ruido del malacate; es que uno no esta acostumbrado a estos calores–. El campesino sacó una cajetilla de “faros”, y tras ofrecerle a Luis y pasarle fuego, empezaron a fumar. –No se apure Inge, yo sólo me levanté a ver si estaba bien y venía pa’cá cuando lo vi caminando pa’la noria; pa’ustedes ta’difícil aguantar “la calor”, uno ya esta acostumbrado–. –Sabe Don Chabel, más canijo que aguantar estos calorones de noche, es aguantar el silencio. Esto está tan callado que no’más se oye un zumbido en los oídos–. Ambos se recargaron contra la noria. –Ese zumbido del que “usté” habla, no es más que un truco de la mente– dijo Chabel mientras se tocaba la sien con el dedo índice, –pa’no escuchar lo que de verdá se oye en las noches como esta–. A Luis le gustaba escuchar a la gente del campo y sus historias, aunque no se las tomaba al pie de la letra. Así que lo invitó a continuar con su relato. –¿Y qué es lo que realmente se escucha en las noches así de calladas? –. –Murmullos Inge, de “munchas” voces que hablan entre ellas, que se cuentan cosas de todos los tiempos. Pero si las voces notan que alguien las escucha se quedan calladitas y uno no’más vuelve a escuchar el zumbido ese y su propio resollar. Por eso, pa’escucharlas, tiene que andar uno serenito como cuando anda cazando güajolote, hay que tener “muncha pacencia”, ser rápido y tener suerte–. Interesado, pero incrédulo Luis preguntó: –¿Entonces cómo se le hace para escuchar esas voces?–. Chabel dio una fumada a su cigarro y contestó: –Como le dije, “pacencia”, rapidez y suerte. Hay que practicar “muncho”, y al tiempo verá cómo las escucha sin que se den cuenta y cómo entenderá lo que se dicen–. Luis dio una última fumada al cigarro y lo tiró al suelo para aplastarlo con la bota. –¿Y usted las escucha, Don Chabel? –. –No’más cuando todo está silencio, como “orita”; pero “pus” como estoy hablando con “usté”, pus no las oigo– el campesino tiró el cigarro al suelo y lo apagó de un certero escupitajo. –Bueno Inge, trate de dormir; tempranito echamos a “volar su mueble” pa’que se regrese al pueblo; que tenga buenas noches–, pero antes de retirarse, Chabel advirtió: –No’más una cosa Inge, si trata de escuchar las voces tenga mucho cuidado–. Luis contestó con una pregunta: –¿Cuidado por qué? No le entiendo–. Chabel sonrió y contestó: –Por que no hay voces sin un cuerpo… si me entiende, ¿verdad?– y soltando una carcajada se alejó hacia su jacalito…

- o -

El ruido de alguien subiendo las escaleras volvió a Luis a la realidad. Canceló por completo el sonido de las bocinas y pudo escuchar los pasos de alguien en las escaleras, seguramente era Alberto que decidió adelantar su llegada, sólo que los pasos eran más lentos. Seguramente venía cargado. Así que se levantó saliendo de la cabina, para abrir la puerta cerrada con llave. –Qué bueno que llegas Beto, ya me estaba dando hambre y ni cacahuates…–, dijo mientras abría la puerta, sólo que detrás de la puerta no había persona alguna. Nada. Nadie. Ni siquiera se escuchaba el ruido de la ciudad. De nuevo sólo estaba ahí ese zumbido en sus oídos.

Dejando la puerta abierta bajó las escaleras hasta la calle, y comprobó tres cosas: que nadie había subido, que no había un alma en las calles y que el silencio era casi absoluto, sólo interrumpido por el ruido de sus pasos. De regreso, mientras subía las escaleras, volvió a recordar la historia de Chabel e hizo un esfuerzo para librar sus tímpanos de aquel sonido y justo al llegar a la puerta de la estación pudo escuchar las voces. Ahí estaban, eran cientos, miles de ellas en un murmurar constante, inentendible, caótico. Se imaginó como niño escondiéndose para escuchar una conversación de adultos, y se dio cuenta que caminaba tratando de no hacer ruido dirigiéndose a la cabina; esto tenia que grabarlo. A escasos pasos de entrar a la cabina, los murmullos disminuyeron de intensidad para dar paso a una voz que de inmediato Luis ubicó: –Creo Luis, que esta vez tendrás tarea para tratar de explicarte lo que esta pasando, porque al final de cuentas Chabel tenía razón, no hay voces sin cuerpo. Y de la grabación, olvídalo; no registrarías más que tu propia respiración y el ruido del fondo–.

Continuará…….








jueves, octubre 11, 2012

Resaca (2ª Parte y Final)

Resaca, segunda parte y final


El bastón del golf cayó de la mano de Rafa y su rostro palideció. –¿No estarás hablando en serio, verdad? No, definitivamente no puedes estar… ¿eres Luca, verdad? No puedes estar hablando en serio… aún soy joven. Hay muchas cosas que me faltan por hacer. Yo tengo…–. El ángel lo interrumpió diciendo –Rafael, estoy hablando muy en serio, y no, ya no eres un joven, tienes 48 años, pero gracias a los excesos tu organismo se siente como de 70 años. Y si, por lo regular al momento de partir quedan muchas cosas sin hacer, muchas palabras sin decir, muchos abrazos sin dar, muchos perdones sin conceder, mucho amor sin entregar. Pero qué te puedo decir, todos los días ahí estaba yo, hablándote al oído, y tú siempre me oíste, pero nunca me escuchaste. Bueno, todo aquello pendiente, que quisiste hacer pero no hiciste quedará en una simple intención. Existen trillones y trillones de cosas que quedan en simple intención, esa es la verdad. Porque tú, como todos los humanos, creen que son eternos, hasta que llega su ángel por ustedes y en ese momento se dan cuenta que es hora de cambiar sus fichas, que la partida terminó, pero ¡oh sorpresa!, no hay fichas qué cambiar, y el tallador del casino…–, el ángel se puso de pie y como si viera una cámara en el techo hizo unos movimientos de manos, los usuales de cualquier tallador de cartas al terminar su turno, –el tallador del casino sólo dice como despedida: buena suerte señor–. Y de nuevo se dejó caer en el sillón. Rafa tomó asiento lentamente, al lado de su ángel, y mientras balbuceaba, tratando de decir algo, el ángel continuó: –Recordaste mi nombre, milagro–. Luca extendió su mano hacia Rafa, y este la estrechó de manera automática. Luca continuó hablando: –Tal vez recuerdas qué forma tan simpática balbuceabas mi nombre cuando pequeño. No sabes cómo añoro los días en que, cuando bebé, platicábamos por horas y como sonreías siempre. Extraño cómo te asombraban los diarios descubrimientos de esa etapa. Extraño cómo jugábamos juntos, siendo yo el amigo imaginario que muchos niños dicen tener. Y como sucede siempre, empezaste a crecer y poco a poco perdiste la capacidad de asombro, poco a poco se fuiste separando de mi hasta convertirme en una idea romántica–. Luca dejó escapar un suspiro: –Extraño mucho cuando después de rezar al lado de tu madre la oración que nuestro Padre nos enseñó, rezabas: ángel de mi guarda, mi dulce “compamía” no me desampares, ni de noche ni de día, porque soy chiquito y me perdería”–. En ese momento Rafa salió de su trance: –¿De verdad voy a morir?–. Un dolor agudo en el pecho le hizo llevar su mano derecha hacia la izquierda de su pecho. –Así es que voy a morir de un ataque al corazón, ¿verdad?– preguntó Rafa cuyo semblante palidecía conforme transcurrían los minutos. Luca contestó con calma, mientras se ponía de pie y se dirigía hacia el ventanal de la sala: –De hecho vas a morir de un colapso masivo de tu organismo, sientes que es un paro cardiaco, pero no, en realidad tu hígado ha colapsado pues un tapón de grasa está por bloquear el flujo de sangre a tu cerebro. Y sí, al final tu corazón va a reventar, literalmente reventar. Créeme, son pocos los que logran descomponer a tal grado lo que muchas veces llamaste una obra de ingeniería perfecta, y lo que Dios llama su imagen y semejanza. Pero bueno, tienes dos minutos para respuestas. Vine para llevarte y después me tocan vacaciones antes de que nos encontremos en otro plano para ayudarte a establecerte sin el mazacote de tejidos y fluidos que ahora te hacen ser tú–. Con paso lento Luca se puso frente a Rafa y sentándose en la mesa de centro continuó: –Y bien, ¿alguna pregunta?–. Rafa negó con un movimiento de su cabeza y se puso de pie para caminar hasta la barra de la cocina donde había una extensión telefónica y comenzó a marcar.
Luca le dijo: –Sólo tienes dos minutos–. Mientras se establecía la comunicación, Rafa habló. –Tengo que despedirme de mis hijas, de mi esposa–. Luca interrumpió: –Ex esposa querrás decir–. Haciendo caso omiso, Rafa continuó: –Dios mío, ¿qué les voy a decir? No sé qué decirles–, y colgó el teléfono para preguntar: –¿Qué va a ser de ellas sin mí?–.
Luca como respuesta se encogió de hombros y se puso de pie para caminar hacia el pequeño bar y tomar un puño de cacahuates. Rafa le preguntó: –El que estés aquí quiere decir que voy a ir al cielo?–. Luca que comía despreocupado los cacahuates le contestó: –Eso no te lo puedo decir. Mira, mi tarea es llevarte a lo que es una antesala del lugar final, ahí tendrás la oportunidad de hacer una revisión de lo que fue tu vida y tú mismo sabrás para donde tienes que ir. Y antes de que me lo preguntes te lo anticipo: si hay infierno–. Rafa pidió: –Descríbemelo por favor–. Luca termino sus cacahuates y frotándose las manos para limpiarse comenzó a decir: –Para empezar no tiene fuego. No hay demonios torturando y el ángel caído es un tipo perverso. De hecho el clima siempre es perfecto. Se tienen muchas cosas materiales, todo en demasía; mi opinión personal es que no hay lugar más aburrido que el infierno, todos tienen de todo en exceso y por la eternidad muchos siguen vacíos por dentro. Algo maravilloso de este asunto es que el libre albedrío sigue existiendo, sigue siendo prerrogativa humana, y cuando se dan cuenta de ese vacío es cuando empieza su verdadera desgracia. En realidad son pocos los que llegan a darse cuenta de ello, y siempre tendrán la opción de acercarse al Creador y él los acoge en su casa de inmediato–. Rafa tenía los ojos entrecerrados y las manos apoyadas en la barra, la cabeza inclinada hacia su pecho, y deleitándose de esa descripción, y ya pensando en su siguiente pregunta: –Y el cielo, ¿cómo es?–. Luca se acercó a su lado y pasando el brazo derecho sobre los hombros de Rafa, contestó: –El cielo es un lugar hermoso, te levantas escuchando al creador a través de sus creaciones en un concierto de sonidos, colores, olores y sensaciones más allá de lo humanamente posible, y las noches se encargan de arrullarte, y los días cantan lluvias y copos de nieve. Tu mente siempre está aprendiendo, el alimento viaja de ida y vuelta emborrachando todos los sentidos. Como te lo había comentado ya, en el cielo conservas tu libre albedrío, la diferencia es que yo ya no estaré para aconsejarte, pues te encuentras disfrutando del amor de Dios en un estado de gracia de tal forma que todas tus decisiones son puras y hermosas… es por eso que ahí ya no me necesitas–. Rafa sabía que no quedaba mucho tiempo, así que sólo hizo una última pregunta: –¿Y porqué tu eres el que viene por mí, y no mi padre o alguno de mis abuelos?–. Luca tomó un cigarro de una cajetilla tirada en el suelo de la cocina, y tras encenderlo en la estufa, y darle una fumada dijo: –Aahhh! Hacía mucho tiempo que no probaba uno de estos… déjame contestar tu pregunta. Cuando estás disfrutando de la bondad y amor infinito de Dios te sientes como cuando te enamoras la primera vez en tu etapa de humano sobre la Tierra, sólo que multiplicado por infinitas sensaciones a las que antes no tenías acceso. Es tarea de nosotros, los ángeles guardianes, llevar a las almas a su próxima etapa. Todos aquellos que te amaron y a los que tu amaste, te están esperando a lo largo del camino, no te preocupes, los verás a todos y cada uno de ellos. Bueno Rafa, ya es hora–.
El mortal sintió como si lo hubieran golpeado en la cabeza con un tubo relleno de concreto. Un terrible dolor en su costado lo hizo doblarse y cayó al piso de rodillas. Segundos antes de desplomarse por completo en el suelo, sólo alcanzó a murmurar: –Perdóname Señor–. Sintió las manos de Luca rozándole la frente y llegó la oscuridad.

Una luz brillante golpeó los ojos de Rafa, que lentamente se incorporó de la cama. Semi cegado pudo escuchar el sonido del mar y el ruido de voces. Tenía la boca pastosa y estaba cubierto en sudor. Sentía un leve dolor de cabeza y tremenda sed. Desorientado se puso de pie con los ojos entrecerrados encontró la puerta de salida de aquella habitación, y para su fortuna sobre a la barra de una cocineta encontró una botella de agua bajo la cual estaba una nota. Apuró el contenido de la botella, y con esfuerzos leyó la nota que decía: “Estoy con las niñas en la alberca, te esperamos”. De nueva cuenta se dirigió a la habitación y en el baño encontró las prendas que alguien había preparado previamente para él. Tras darse un ducha se vistió y tomando el ascensor se dirigió a la alberca. Antes de llegar pasó por una palapa que servía como bar, y al cruzar por un costado de la misma, escuchó una voz: –Rafa, vaya hora de despertar amigo–. Para su sorpresa ahí estaba Luca, en el mismo atuendo que recordaba y disfrutando de (¿la misma?) piña colada. Rafa asombrado se acercó a paso rápido, y situándose a un lado de Luca le preguntó: –¿Es esto el paraíso?–. Luca dio un sorbo a su piña colada (y tras un:¡Ah, que rico!), señalando hacia la alberca donde se encontraba su familia le contestó con otra pregunta;
–Dímelo tú amigo mio, ¿así lo crees? –. En la alberca, sus hijas y su esposa jugaban y reían. Rafa volteó de nuevo para ver a Luca, pero antes de que pudiera decir algo, este último le dijo: –Como te lo mencioné, tienes suerte. Has sido elegido. Me han instruido para revelarte el motivo de mi presencia en el mismo tiempo y en el mismo espacio que ocupas. Deja de desperdiciar tu vida en cosas insignificantes. Abraza el amor. Vive plenamente y entrégate sin reservas como si fuese el cada día el último día. Hoy estoy aquí sólo para decirte que todo ser humano vive para ser feliz y buscar hacer felices a los demás, es todo.–
Luca se puso de pie y dándole una palmada en le espalda comenzó a alejarse por el camino hacia el lobby del hotel. Rafa sonrió mientras algunas lágrimas asomaban ya por el borde de sus ojos. –¿Te volveré a ver?–. Luca levantó su mano en señal de despedida y si voltearlo a ver, Rafa escuchó que dijo mientras se alejaba: –Siempre estoy contigo, y ya ves, es muy fácil lograr escucharme. Ahora ve y abraza a tu familia. Recuerda lo que te dije de la felicidad y sobre hacer felices a los demás–.
Rafa comenzó a caminar hacia su familia y fue cuando sus hijas al verlo gritaron al mismo tiempo: ¡Papi!.








jueves, octubre 04, 2012

Resaca (1ª Parte)

Resaca


Los rayos del sol se colaban por entre las persianas vistiendo la habitación de claro-oscuros que engañaban la vista de cualquiera. La opacidad revelaba poco de lo que estaba sucediendo ahí dentro. Respiraciones entrecortadas; sábanas que suben y bajan; una mosca; miles de motas de polvo infinitesimales volando por el cuarto y deslizándose sobre los rayos de luz para pasar de un lado a otro de la penumbra. Muy despacio fue despertando del profundo sueño en que se encontraba, y cuando su olfato cobró sentido, percibió un fuerte olor a Whisky que le indicaba que estaba en su medio. Poco a poco se fue incorporando. La cabeza le quería estallar, típico. Los ojos parecían querer escapar de sus orbitas. Y el maldito zumbido en los oídos. Sabía que el olor a alcohol provenía del vaso sobre la mesa a un lado de su cama. También sabía que aún vestía la ropa de la noche anterior. Por supuesto que también sabía que su cuerpo pedía agua a gritos desde hacía ya bastantes días. Y desechó todas esas ideas que le recordaban cosas que sólo le atañen a quien porta una existencia como la suya, y a pesar de las lacerantes pulsaciones de su cabeza, dirigió sus lastimosos pasos hacia la cocina.
A su paso por la sala, en su camino a la cocina, pudo observar que una sombra se proyectaba por sobre la de los muebles, y se sorprendió al notar que una cabeza humana sobrepasaba el love seat. Una persona se encontraba sentada cómodamente en el sillón que solía ser su favorito, y sobresaltado sólo atinó a balbucear: –Ah, su pu…– pero antes de que pudiera terminar la frase, el dueño de la cabeza misteriosa puso un dedo frente a su boca y dijo: –¡Shhh!, ¿O es que quieres despertar a los vecinos?–. –¿Quién chingados eres, y qué chingados estás haciendo en mi departamento?–, preguntó Rafa, buscando con la vista algo para defenderse. Por fin encontró algo que pudiera lastimar en caso de ser necesario, así que tomó con su mano un plumero que estaba abandonado a su suerte en el piso. Aquel individuo que vestía una camisa al estilo Hawái, bermudas blancas y sandalias “de metedera”, de muy buena manera contestó: –Soy uno de tus mejores amigos, y créeme, ese plumero no te va a servir para nada–. Rafa se desentendió del plumero, y en un ágil movimiento, se lanzó en pos de un bastón de golf que igualmente estaba regado por ahí. Ahora sí, más seguro de sí mismo, sintiéndose armado de a de veras, dijo con el aplomo que le permitía su corazón que latía vertiginoso: –Sé quiénes son mis amigos, y si no me contestas quién eres, te juro que te parto la madre en este mismo momento–. El vestido de turista hawaiano tomó el vaso que tenía en la mesa de centro, al parecer con una piña colada con todo y su pedacito de piña natural encajado en el borde, y tras darle un trago le hizo una pregunta: –¿Te acuerdas aquella vez que estabas desesperado por no encontrar trabajo? Bueno, fui yo quien impedí que te aventaras desde las alturas y te quitaras la vida–. –No sé cómo te enteraste de ese rollo, pero tú no eres la persona que me libró de eso. Esa persona fue un gran amigo– contestó Rafa aún sosteniendo con las dos manos el bastón y con los músculos tensos para soltar el primer golpe. –Ajá. Exacto. Un gran amigo. ¡Ah! Y la vez que paraste tu camioneta a la orilla de la carretera, ¿recuerdas?, casi llegando a Piedras Negras, para recoger tu teléfono que había caído al piso, y te agachaste justo en el momento para esquivar aquella piedra que entró volando por la ventana abierta, y fue a romper el cristal del lado del pasajero. Si te acuerdas de eso, ¿no? fue hace como cinco años y tres meses y ocho días. Dime, ¿cómo iba a saber yo esto que te acabo de decir? ¿eh?–. –Fuiste tú el hijo de perra que me aventó la pedrada, ¿verdad? Sabrá Dios desde hace cuánto tiempo me estas vigilando–. –Es lo único sensato que has atinado a decir el día de hoy. Te estoy vigilando desde el preciso momento en que fuiste concebido. Es mi tarea y obligación. Mira, deja ese bastón de golf y siéntate, respira hondo tres veces, y escucha bien lo que voy a decirte–. –Este es el sueño más loco que he tenido. Puedes decirme lo que tú quieras, sabiendo que estoy en medio de un sueño puedo ahora escuchar lo que sea. Lo que digas en realidad no importa, pues tu asunto, me imagino, será tenerme en este sueño hasta que se me pase el dolor de cabeza que tengo–. Rafa recibió un hielo de lleno en el rostro y sintió un dolor agudo, que primero lo sorprendió, pero de inmediato lo puso en guardia de nuevo. –¿Qué tan real te pareció eso, eh?, ¿todavía piensas que estás en un sueño?–. Apenas el otro iba a contestar, cuando el ángel lanzó otro hielo que dio blanco en la nariz de Rafa. –¡Hey güey, ya párale! Está bien, esto no es un sueño. Ahora empiezo a asustarme de a de veras–. El ángel sonrió y le dijo: –Mi querido Rafa, no tienes por qué tener miedo. Como te dije alguna vez, soy tu ángel guardián. Tienes suerte, has sido elegido. Me han instruido para revelarte el motivo de mi presencia en el mismo tiempo y en el mismo espacio que ocupas–, y el ángel se acabo de un trago su piña colada y continuó: –Rafa, vengo a llevarte conmigo. No te asustes, todo va a salir muy bien. Confía en mí. Confía en Dios. En unos minutos dejarás este plano existencial. Cambiarás de formato y tu alma migrará hacia otra dimensión. En pocas palabras, y para que me entiendas, dentro de un rato vas a colgar los tenis–.

Continuara…………..


jueves, septiembre 20, 2012

Sin Aliento (3ª Parte y Final)

Sin aliento (3ª y última parte)

–¿Y cómo se supone que sabes todo eso?– preguntó Gustavo un poco incómodo al constatar que su interlocutor no era ordinario, porque de alguna manera conocía aspectos de su vida íntima. –Ya se lo dije, veo y escucho. La calle es mi mundo y Dios es mi patrón. Yo llegué aquí arriba con su misma intención, pero ya ve, terminé quedándome con este “penjaus”–, y soltó una larga carcajada. –Pero, venga, lo invito a la sala– dijo Luca, y Gustavo, tras recoger su saco de la cornisa, comenzó a seguirlo. Llegaron frente a una banca improvisada de tarimas de madera y cajas de cartón, y como dos viejos amigos se sentaron a conversar. Entre tragos de ron y cigarrillos encendidos con la colilla del anterior, Gustavo regaló su alma en palabras. Dejó que el llanto reprimido por tanto tiempo bañara su rostro, mientras Luca con paciencia infinita escuchaba, apenas soltando un corto comentario de vez en vez. Poco antes de que la luna encontrara al sol, fue Luca quien habló: –Sabes Gustavo, si aún estás decidido a saltar no te detendré. Casi lo has perdido todo. Puedes estar tranquilo, yo cuidaré que tus pertenencias y la carta lleguen a donde deben llegar–, e hizo una pausa para dar el último trago al ron. –Pero date un día más, quizás este amanecer te traiga sorpresas. Nunca sabemos lo que hay justo al doblar el camino, hasta que damos un paso más–. Gustavo no pudo evitar sonreír con cierta melancolía al recordar sus pensamientos de la noche anterior, cuando subía las escaleras. Estrechando de nuevo la mano de su nuevo amigo sólo atinó a decir mientras volteaba al cielo: –Un paso más, un día más–. Se puso en pie, un poco tambaleante por el alcohol ingerido, y se cubrió con su saco. –Gracias Luca, creo que eso haré–. Antes de que abriera la puerta de acceso a la azotea escuchó la voz de Luca a sus espaldas: –¡Hey Gustavo!, cuando quieras hablar conmigo, aquí estaré–. Estaba bastante tomado y cansado, así que en lugar de ir a su casa, optó por tomar el ascensor hasta el tercer piso, donde estaba su despacho, y tras ingresar en él, se desplomó en el sillón de la antesala quedándose profundamente dormido.

En los días posteriores Gustavo y Luca se cruzaron varias veces por el acceso al estacionamiento, el primero conduciendo su auto, el segundo caminando con las manos en los bolsillos. Levantaban la mano a manera de saludo y seguían su camino. Justo a la semana de haber charlado con Luca, la situación de Gustavo empezó a cambiar: un amigo de la universidad que conocía su situación y que recién se integraba al gobierno local le consiguió un par de contratos para la construcción de viviendas. Dos días después le llegó la notificación de haber ganado el concurso para la construcción de un nuevo auditorio, en una ciudad a 90 kilómetros de la suya. Ya ni se acordaba de ese concurso. Comenzó a localizar y a reunir a todo su equipo, y en mente, cuerpo y alma se puso a trabajar en los proyectos.

No fue hasta una mañana, que después de desayunar su esposa preguntó: –Oye “gordo”, y qué pasó con Luca, ya no me has contado nada de él–. Con tanto trabajo Gustavo ni se acordaba de Luca, a quien saludaba eventualmente en la calle como parte de su rutina, pero nada más. –Sabes, sólo lo saludo cuando nos vemos en la calle, cerca del edificio, pero no he hablado con él–. Su mujer hizo un gesto de desaprobación y dijo: –Deberías de invitarlo a comer. No sé, llévalo a algún lugar, o pide algo e invítalo a tu oficina. Después de todo, gracias a él no cometiste esa locura–. Gustavo se acercó a su mujer y tras darle un beso, dijo: –Tienes razón, hoy lo voy a buscar para llevarlo a comer a un buen restaurante, pero antes, creo, tendré que llevarlo a algún lado para que se asee y se compre ropa más presentable. Se me acaba de ocurrir que le puedo ofrecer un empleo… pero bueno, ya te contaré en la noche–, y ambos se despidieron. Al llegar a su oficina, y antes de ingresar con su carro al estacionamiento, hizo un alto breve para ver a ambos lados de la acera y buscar con la mirada a su amigo, pero ni rastro de Luca. Tomó el ascensor y cuando llegó a su oficina, todos estaban en las ventanas viendo hacia la calle. Un enorme camión estaba detenido casi en la entrada del edificio y un mundo de curiosos estaban formando la clásica valla de mirones. A Gustavo le dio un vuelco el corazón y salió corriendo hacia abajo por las escaleras de emergencia. No se detuvo hasta que llegó al cordón de policías. –¿Que pasó?–, preguntó agitado, y con la frente perlada de sudor. El policía se le quedó viendo con cara de no entender y contestó: –Amigo, si no puede ver el camión y oler la cerveza que se ha tirado, creo que lo tendré que arrestar por andar bajo la influencia de alguna sustancia ilegal, ahora lárguese de aquí. ¡Despejen la maldita área, con un carajo!– dijo el policía avanzando hacia la gente. Todavía intranquilo corrió hacia los ascensores y se dispuso ir a la azotea. Cuando por fin llegó, al abrir la puerta ésta se azotó contra la pared, sacándole tremendo susto al guardia de seguridad que, recargado en la cornisa, veía tranquilo el accidente desde las alturas. –Por Dios, “Arqui”, ¡por poco me mata del susto!–. Gustavo sin prestar atención a las palabras del guardia sólo atinó a preguntar: –¿Dónde está Luca?–. El guardia se encogió de hombros y contesto: –Aquí no ha subido nadie el día de hoy–. Gustavo agitó las manos y le dijo:
–Luca, el vagabundo, el que vive aquí en la azotea–, y comenzó a caminar para rodear la torre de enfriamiento, –el hombre que aquí tiene su…– y se contuvo al descubrir que las tarimas y cajas de cartón que habían sido la improvisada banca donde platicaron por horas días atrás, no estaban.
–Arqui, ¿se encuentra bien? Por supuesto que aquí no vive persona alguna. Tengo cinco años como guardia de seguridad en este edificio y le puedo asegurar que ningún vagabundo ha dormido aquí y muchos menos establecido residencia–. La contundencia de la elocuencia del guardia lo estremeció, y se volvió para decir: –Pero todavía ayer en la mañana lo vi saliendo del edificio; y hace unas semanas, por la noche aquí lo encontré–. El guardia se encogió de hombros contestando: –Quizás lo soñó Arqui, créame, aquí no ha estado nadie quedándose por las noches, como dice. Le confieso que llevo años que todas la mañanas subo aquí para tomarme mi café y jamás me he cruzado con nadie en el camino, pero no se lo vaya a decir al supervisor, ¿eh?–. El rostro de Gustavo reflejaba confusión. –Arqui, ¿de verdad se siente bien?, ¿quiere que llame a un médico?–. Gustavo puso sus manos en la cintura y, agachando la cabeza, la movió en señal de negativa. Dio media vuelta e inicio el camino de vuelta a su oficina. Al entrar, ya todo mundo estaba en sus labores, pero lo vieron con curiosidad. Aún no se explicaban por que había salido corriendo, y ahora el desconcierto en su rostro les llamaba más su atención. Sin decir palabra entró a su privado, cerró la puerta y las persianas de los ventanales, y al tomar asiento notó sobre su escritorio un sobre sin sellar. Lo abrió con cuidado y observó que había un papel dentro doblado con delicadeza. Lo desdobló y vio un dibujo infantil.
Era un ángel sonriendo al lado de una cama donde un pequeño dormía. Entre los garabatos desteñidos por el tiempo se podía adivinar que decía “mi ángel”. Reconocía el dibujo, desde luego: lo había hecho él mismo a los seis años, y no lo había vuelto a ver por décadas, pues se había quedado en casa de su madre con tantas otras cosas que le pertenecieron en otro tiempo. En ese instante notó que en la esquina inferior derecha tenía algo escrito con exquisita caligrafía, y acercó la vista para leer, mientras una lágrima rodaba ya por su rostro: “Piensa en mí cuando me necesites, y contigo estaré. Como cuando eras un niño. Luca.”

jueves, septiembre 13, 2012

Sin Aliento (2ª Parte)

Sin aliento (2ª parte)

–No pensará saltar, ¿verdad?–, fue la voz que escuchó a sus espaldas cuando se disponía a escalar el pequeño muro para enfrentar el precipicio. Su cuerpo se tensó, y sin voltear atrás contestó al dueño de la voz: –Eso es cuestión que a usted no le importa. Le recomiendo que se largue–. Entonces la voz volvió a sonar, más cerca esta vez: –Aún trae la cartera en el pantalón. Le sugiero se la ponga dentro del saco con cualquier otra pertenencia. Es por la policía, usted sabe, son como la fregada. Antes de llamar a los servicios de emergencia, primero “basculean” al muertito, y ya después se pueden atender esas minucias–. El de la voz vio como aquel hombre apretaba el saco bajo su brazo, y luego dijo: –Relájese, yo no lo voy a robar. Puede estar tranquilo. Deje su saco aquí en la azotea, suba a la cornisa y salte, así de simple. Nomás no sea desconsiderado, y trate de atinarle a la banqueta. Porque si se estampa en la calle, además de entorpecer el tráfico, puede dañar alguno de esos autos preciosos que luego pasan por aquí.

Por fin el hombre aquel que pensaba suicidarse se decidió a voltear, y a muy cercana distancia se encontró con la figura de un hombre grueso, más o menos de su edad, con un cigarrillo sin encender en los labios y con una botella en la mano izquierda. La tímida luna que asomaba su semblante en cielo apenas iluminaba los rostros de los dos hombres que se miraban. Si bien el interlocutor del suicida en potencia tenía la facha de un indigente, no reflejaba agresividad en sus rasgos y además su voz parecía de alguien educado. –¿Lo conozco?– preguntó apretando más su saco. –En realidad sí. La última vez que me viste fue hace mucho tiempo, creo que tenías cinco años–. –¿En serio?–, dijo el hombre con sincera sorpresa, –eso quiere decir que fuimos compañeros de prescolar, supongo–. –Pues es ahí donde supones mal… no te molesta si enciendo un cigarrillo, ¿verdad?–. Sin esperar respuesta sacó un encendedor del bolsillo del pantalón y antes de hacer flama preguntó –¿Gustas uno?, quizás no sean de la mejor marca, pero bueno, tabaco es tabaco, ¿no crees?–. Aquel que pensaba saltar, dejó su saco en la cornisa, y antepuso su cuerpo entre aquel intruso y su saco. Tomó el cigarrillo de la cajetilla y dejó que le dieran fuego. Fue cuando por fin pudo ver por segundos la fisionomía de ese otro que había aparecido en el momento más inoportuno. Sus ojos bordeados de arrugas reflejaban una calma incomprensible; se veía su piel curtida por horas bajo el sol y en su boca dibujada una sonrisa amigable y enigmática. Mientras daba la primera bocanada de humo, su análisis se vio interrumpido por la voz de aquel hombre. –Usted es el señor del despacho 1333. El de la constructora…– y comenzó a tronar los dedos al mismo tiempo que intentaba acordarse del nombre. –Constructora Elite, me llamo Gustavo– y extendió su mano que fue estrechada con vigorosidad por el vagabundo que ahora le sonreía gustoso: –Sí, ya lo se, lo que no recuerdo es mi nombre pero todos me dicen Luca. Y luego Luca preguntó: –¿Así de mal están las cosas? Digo, para que hayas tomado la decisión de saltar. Qué se me hace que crees que has tocado fondo, pero te digo una verdad, apenas empiezas, eres un principiante del sufrimiento, hay muchos, tal vez demasiados según tus propias cuentas, que rebasan por mucho tus motivos y pretextos para quitarte la vida. Para muestra un botón: yo sí estoy en el fondo. Trabajo en lo que caiga. Como cuando hay algo para meter a la boca, ah! Pero eso sí– dijo palmeando la botella, –nunca me faltará mi única manera de soportar esta vida inmunda, que es la bebida y la fumada… me relaja–. –Eso quiere decir que alguna vez tuviste algo, a alguien?– preguntó Gustavo tirando la bachicha al suelo y pisándola. –No hombre, ¡qué va!, desde que tengo uso de razón jamás he tenido nada ni a nadie. Pero veo, escucho, y sé que no vivo como otros, otros como tú por ejemplo. Tú tienes casa, una mujer que te ama y unos chiquillos que te admiran. Eres su héroe–. Gustavo lo interrumpió entonces: –¿Y cómo se supone que sabes todo eso?

(continuará…)

jueves, septiembre 06, 2012

Sin Aliento (1ª Parte)


Sin aliento

Mientras subía las escaleras se decía a sí mismo: “un paso más, todo siempre se resume a un paso más; un paso más y encuentras una veta de oro, o un venero que te ahoga en la mina; un paso más y te promueven en la chamba, o le pisas el callo a alguno de los de arriba y te manda de patitas a la calle”. Se detuvo para respirar y recordó aquella popular canción de: “pasito tuntún” y no pudo reprimir la sonrisa.
El sólo tenía que seguir dando “un paso más” para acabar con todo esto.

Su recorrido subiendo las escaleras le permitió concentrarse en sus propios pensamientos. Pudo perderse en los archivos de su memoria y recordar. Recuerdos, como las sombras del mito de la caverna, desfilando abundantes dentro de su cabeza. La niña del vestido rosa mirándolo fijamente y el dragster arrancando patinando sus ruedas sin ruido en el fondo. Las telarañas colgando en todas partes: en los muebles, en las escaleras de caracol, en los pasillos. Densas capas de telaraña por doquier. El sonido del violín como si cambiara de velocidad dentro de una caja sonora que no alcanzaba a reproducir con claridad la música de fondo. Sueños, memorias y recuerdos entremezclados desde su infancia, y que ahora se habían vuelto tan punzantes en su vida de adulto. Cuando llegó a la puerta de acceso al techo del edificio por su pensamiento cruzó veloz la certeza de que era imposible haber pensado tantas cosas, haber estado en tantos escenarios y con tantos personajes habiéndose imaginado sus conversaciones y gestos, mientras subía las escaleras, en un lapso de tiempo tan corto. Pero era cierto, todo aquello que estuvo recordando en su ascenso, esa gran cantidad de información quedó comprimida en un espacio de tiempo fugaz. Casi sin aliento se sostuvo en el marco de la puerta y maldijo todos los cigarros que había fumado en su vida, la que pronto terminaría si sus planes se cumplían.

El martillar de la sangre que resonaba en sus oídos no fue suficiente para acallar lo que calle abajo sucedía: el sonido de la nocturna melodía urbana, motores, frenazos, bocinas vertiendo violentas notas y sirenas de vehículos de emergencia, que seguramente sonarían más fuerte cuando se aproximen más tarde al ser avisadas que se había lanzado él desde las alturas. Con un ademán cotidiano se quitó el saco y tocó el bolsillo interno del mismo asegurándose que la carta escrita seguía ahí. Vació el contenido de sus bolsillos y los depositó sobre el saco que con cuidado dobló y colocó en el piso. Caminó hacia la cornisa y de nuevo lo asaltó el pensamiento de hacía rato: había que dar un paso más, sólo un escalón más.

Ahora recordó el vértigo que sentía en otra época. Vértigo que llegó a ser un problema para subir a casi cualquier lugar que necesitaba. Lo había paralizado aquella ocasión que subió con sus amigos adolescentes a la torre más alta de la ciudad. Al llegar al restaurante casi bajó a rastras del ascensor y no podía controlar sus rodillas. Ya no subió el piso adicional para ver con los catalejos los detalles de la ciudad desde un mirador que quedaba metros arriba, y que sólo una malla resguardaba del vacío y del precipicio que a él lo llamaba, mortal y misterioso. O como cuando subió años después a esa torre de agua abandonada por unas escalerillas marineras arruinadas, de cómo se detuvo y así detuvo a toda la fila de amigos que lo sucedían, gritándole que no parara, que terminara, que no mirara hacia abajo, que lo había prometido, y que ellos de ninguna manera lo dejarían bajar, antes terminarían allí entumidos hasta la media noche que dejarlo bajar. Así que tuvo que proseguir su lentísima ascensión hasta llegar a la bola de acero a la que se adhirió como con ventosas que no poseía pero imaginaba.

Avanzó hacia la orilla reparando en los olores que le producían extrañas sensaciones de nostalgia. Humo, lluvia a lo lejos, polvo que iba y venía. Apenas apoyó sus manos en aquel murete, cuando escuchó una tos repetida nerviosamente, y después una voz diciendo: – No pensará saltar, ¿verdad? –

Continuará…

jueves, agosto 30, 2012

Encuentros

Encuentros

Abrió los ojos cuando los primeros rayos de luz empezaban a acariciar la tierra. Despacio se sentó sobre la cama y tras pasarse la mano por la cara, se puso de pie. Escogió la ropa para ese día. Entró al baño para asearse y luego vestirse. No había prisa.
Media hora después salía de casa. Caminó dos cuadras hasta llegar al parque y lo cruzó por el centro, bajo las copas de árboles centenarios y el dulce aroma de jazmines y lavandas. A lo lejos nubarrones avisaban que el sol no duraría. Cruzando la calle frente al parque estaba la cafetería de siempre. Tomó asiento en la terraza y esperó a Clara, la chica que siempre hacía el favor de atenderlo. A él nunca le gustó eso de ordenar en la caja, más bien le gustaba ser uno de los primeros clientes en llegar y dejar muy buena propina. Por eso Clara tomó la iniciativa de atenderlo como le gustaba, siempre en la mesa y siempre con una sonrisa. –Buenos días Don Luis, aquí tiene su cafecito. ¿Va acompañarlo hoy con alguna pieza de pan dulce?–. La miró a los ojos y le dijo por lo bajo: –No Clarita muchas gracias. Pero ya sabes, si no se te carga el trabajo, te encargo en unos 20 minutos más el segundo café–. La chica volvió a sonreír pensando en que la conversación estaba de más pues su distinguido cliente todos los días hacía y decía lo mismo. De la mesa tomó el dinero que, como siempre, previamente dejara Luis en la esquina derecha, justo donde ella aparecía a diario para repetir los formulismos, y en menos de 30 segundos dar la media vuelta con el dinero de los dos cafés y la propina desproporcionada.
A Luis le encantaba la tranquilidad de las mañanas aderezadas con canto de aves, aroma de flores y los colores con los que éstas vestían el parque. Cuando volteó a la mesa el café ya estaba ahí, dio un trago metódico y cerró los ojos. Dejó que sus sentidos se embriagaran de sonidos y aromas. Cuando los volvió a abrir ya estaba ella ahí, en la banca del parque, justo frente a la cafetería. ¿Cuanto tiempo había transcurrido con los ojos cerrados? ¿Quién era esa mujer que lo desconcertaba? Al contrario de su diaria repetición de actos, ella aparecía en el parque de vez en cuando, o mejor sea dicho el asunto, justo cuando menos se lo esperaba. Como hoy, al cerrar los ojos. Una mirada a la banca y nada había. Unos segundos (¿o minutos?) después ahí estaba. Y así como las otras veces que la veía, empezaba a sentirse nervioso y la miraba sentada y buscaba en sus facciones y gestos algo a lo que ella era totalmente ajena. ¿Por qué sentía miedo? ¿Por qué pensaría que aquella mujer era para él hasta cierto punto inalcanzable, si era sólo cuestión de cruzar la calle, vencer el miedo y preguntarle: Cómo estas? Aún me recuerdas? Aunque su parte consciente le decía que no podía ser ella, sin embargo tenía tantas coincidencias que le arrebataba la sospecha: su manera de sentarse, el brillo de su cabello y esa mirada tierna con un toque de melancolía que por momentos le hacía sacar conclusiones, pues todos los detalles juntos le gritaban que era ella, que no podía equivocarse. De pronto ella sacó un libro de su bolso y comenzó a leer. Un detalle más que sumado a los otros le daba la certeza de haberla encontrado.
Recordó la tarde en que la conoció, en aquella librería escondida en el centro de la ciudad donde sólo los que son muy asiduos a la lectura gustan de gastar sus horas de ocio, entre los forros nuevos y viejos que prometen contener el tesoro del ser y del saber. Esa tarde ella escogió un libro de Taylor Caldwell y él lo notó y fue la pauta para iniciar una conversación que recordaba como muy agradable. Tras comentar sobre el libro se dirigieron a una cafetería y se reconocieron hasta muy entrada la noche. Su mirada lo cautivó y su forma de saber escuchar. Ella le platicó esa noche cómo le gustaba ver la lluvia tras el ventanal si era invierno, y en los veranos alzar la cara y dejarse besar por lo que llamó las lágrimas del cielo.
De pronto su mirada y la de la banca se cruzaron, sólo por un momento, suficiente para que los latidos de su corazón de aceleraran, para hacerlo sentir indefenso, como desnudo, paralizado como adolescente enamorado. Quizás sus ojos podían engañarlo, pero era difícil engañar a su corazón. Era ella, tenía que ser ella. Pero, ¿porqué ahora?, ¿porqué después de tanto tiempo?
La voz de Clara repentinamente lo volvió a la realidad: –Aquí tiene su otro cafecito, lo espero por aquí mañana, cuídese mucho–. Luis le dedicó una sonrisa y volteo de nuevo hacia el parque, temeroso de que en esos pocos segundos ella hubiese desaparecido. Pero seguía ahí, leyendo tranquila. Dio un sorbo a su café, apresurado, quizá estuviera confundiendo la realidad con un simple deseo; el deseo de sentir el calor de su cuerpo y su cara contra su pecho, el deseo de volver a escuchar su voz y el sonido de su risa, el deseo simple de compartir sus hermosos silencios. Tenía que saberlo. Tenía que estar seguro. Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la calle. Andaba de prisa, con la bufanda volando por el repentino aire que cruzó su camino. El sol ya se había escondido detrás de las nubes que ahora habían llegado. Al otro lado de la calle ella dejó el libro pues la tranquilidad de hacía un instante hacía que no fuera propicio la lectura en el parque. Levantó la vista y vio como un hombre maduro atravesaba la calle y se dirigía hacia donde ella estaba. Vio en su semblante una angustia como si no fuera a alcanzarla para decirle algo. Clara observó desde el café a Luis atravesar la calle despeinado por el viento, con su paso un poco incierto, y pensó para sí que había envejecido muy rápido en el tiempo que llevaba yendo por las mañanas.
La de la banca clavó sus ojos en los de él, y él terminó de cruzar la calle sin haberse fijado si quiera, con la mirada hundida en ella. Se acercó despacio acortando distancia por la acera. Ella descubrió con sobresalto mucha aprensión en ese hombre que se acercaba, pero no sintió miedo pues de alguna forma su mirada sobre ella tenía un brillo que le inspiraba cierta ternura. Una voz los sacó del trance en el que se encontraban esos dos seres que por un momento todo lo demás dejó de existir para concentrarse en observar uno del otro algo que no había sido todavía descubierto: –Perdóname mi amor, pero ya conoces a mis padres, querían que nos quedáramos a desayunar, pero les dije que tu me estabas esperando aquí para tomarnos un café y que después iríamos a dar una vuelta por la ciudad, así que no tuvieron mas remedio que dejarme ir–. Ella volteó a ver a su marido y de nuevo volteó a ver a aquel hombre de edad y notó de pronto que su mirada se apagaba, vio cómo su figura, antes erguida, se encorvaba un poco, apoyando ahora su peso sobre un bastón que un momento antes le pareció lo traía alzado. Ella recogió su libro para meterlo de nuevo en el bolso, y tras darle un beso a su marido, tomados de la mano se empezaron a alejar del punto de no reunión de aquellos dos que se habían mirado.
Don Luis vio como la pareja empezaba a distanciarse. De pronto la chica, soltándose de la mano de su esposo, dio media vuelta y se acercó al anciano a paso rápido. Tomándole la mano libre le dio un beso en la mejilla humedecida por el llanto. –¿Se parecía a mi?– preguntó. –Mucho mi’ja. Era tan bella como tu–. Ella apretó su mano y después caminó hacia donde estaba su marido. Iba conteniendo un sollozo al saber lo que Don Luis había experimentado. El los vio adentrarse en el café donde un momento antes el estuviera.
Comenzó el camino hacia dentro del parque, bajo las copas de los árboles que se mecían por el viento que alejaba el aroma a jazmines y lavandas. No apuró el paso porque, de igual forma, no había prisa.

jueves, agosto 23, 2012

¿En qué sueñas?

¿En qué sueñas?


Viajaba en un desvencijado autobús que por algún milagro mecánico o divino se mantenía en marcha, entre humo y ruido que eran notorios adentro, donde los pasajeros pueden distinguir ambos perfecto. Era de noche y recuerdo haber pensado que tan pronto me graduara jamás volvería a viajar en autobús, me lo prometí. Salimos de Piedras Negras e iba solo, y así se mantuvo sólo el camión hasta llegar a Monclova. Iba pensando en el trayecto sobre tanta lámina para contenerme a mi solito. Llevaba chofer propio, y de cómo todo esto afectaba el precio del boleto que pagamos los que viajamos en estos populares medios de transporte. En Monclova varias personas abordaron. Estuve cruzando los dedos deseando que la chica de los jeans ajustados y blusa escotada se sentara a mi lado, pero la suerte, que rara vez me acompaña, me “premió” dándome de compañero de viaje a un viejito, de aspecto muy humilde, y de olor bastante fuerte. Tras acomodarse en el asiento, se presentó conmigo como Zandalio Cruz. Espontáneo, me dio la mano (la cual estreché), y sin decir palabra dirigí la mirada a la ventanilla, haciéndome como que la Virgen me hablaba, o por lo menos los espíritus que suelen acompañarme para estos propósitos. Más rápido que de costumbre, tan pronto y se bajaron el chamaco de los lonches y el que nos deleitó con una corta pero sustanciosa rola de “Los tigres del norte”, el cacharro inició de nuevo su marcha hacia Monterrey, la industriosa ciudad. No bien habíamos tomado el Boulevard Harold Pape, cuando Zandalio sacó una “copalita” de tequila y dándole gran trago, me la ofreció diciendo: “Disculpe joven, pero no escuché su nombre”. La verdad no soy aficionado al tequila, por lo cual decliné la invitación, pero sí contesté un seco: “Rafael”. El anciano se sonrió mostrándome tremenda y maltratada mazorca amarillenta y, tras dar otro trago a su botellita, volvió a su intento de iniciar una charla:
“Me imagino que es usted estudiante, eso es bueno, yo siempre he dicho que la juventud se debe de preparar. Su padre debe de estar muy orgulloso de usted”. El comentario si que me jodió, pues mi padre había fallecido hacía pocos meses, por lo que, esta vez viéndolo a los ojos, se lo hice saber: “Mi padre falleció a inicios de este año. No se si estaba orgulloso de mí o no, nunca se lo pregunté y él nunca me lo dijo”. Quiero creer que se dio cuenta de mi malestar al tocar el tema, pues guardó silencio y me dejó en paz, mas no por mucho tiempo. Tras haber dejado atrás Castaños, entre la floresta agreste del desierto de Coahuila, por ahí pasó zumbón la lata de sardinas gigante que nos contenía a varios esa noche. Por fin encontré acomodo para dormitar, cuando Zandalio volvió a romper el silencio: “Sabe, yo tuve una vida muy dura. Mi niñez estuvo llena de privaciones y penurias. Antes de ser campesino mi padre trabajó con los rurales, y pos la verdad esas cosas no dejan, y si a eso usted le suma que éramos un titipuchal de hermanos, pos más pior”. Hizo una pausa para solar una risita grotesca, y continuó: “A los 16 me cansé de tanta pobreza y, como muchos, me fui a la capital. Si yo pensaba que la cosa era difícil allá en el pueblo, la capital me resultó mucho más dura. Imagínese 16 años y un completo analfabeta” y se dio tiempo para un nuevo trago y compartir su tufo, “Pero no me doblé, no señor, a base de blanquillo seguí adelante. Fui mil usos hasta que descubrí que en la sangre llevaba la ley, sabe, me di cuenta que lo mío era ser policía. Así que empecé como muchos, como madrina. Ahí me ve usted, como mandadero, al principio, pero rápido se dieron cuenta que no era de los que fácilmente se quiebran y me fueron agarrando confianza. No pasó mucho tiempo y un judicial al que llamaban Cacharpas, de nombre Jesús Acosta, me apadrinó y me dieron mi placa. Luego luego Jesús me llevó a comprar mi primer tacuche y mi primer par de zapatos nuevos. Después nos pasamos a la peluquería pa’corte y rasura. En ese momento recuerdo que pensé que yo ya la había hecho, que mi momento había llegado, y porqué no decirlo, también pensé que al fin la revolución mexicana me había hecho justicia. Lo mejor fue en la noche, cuando me llevaron a festejar con unas rorras, de esas bien ponedoras…..¡Ay, aya, yay!”, al momento que soltó ese grito apagado y agitó los puños, pensé que le estaba dando un ataque. “Se me desmaya este viejo” pensé, y de desmayarse, me dejará de joder y, ahora sí, de ese momento en adelante, todo sería paz hasta llegar a Monterrey. Pero no, el viejito al gritar estaba enfatizando su historia, y alegremente continuó dándole rienda suelta a su capacidad retentiva: “Y no crea que siempre estuve así de jodido, no, yo estaba bien dado, la gente, sobre todo las chamacas, decían que imponía. Además, usted no me lo va a creer, pero yo era muy rápido, jeje, me decían el venado y no precisamente por aquello de lo cuernos” de nuevo la risita, el trago de tequila y la novedad ahora fue su cigarro delicado “No le molesta si fumo, ¿verdad?, usted también lo hace, ¿verdad?”, ándale Sherlock pensé, y le iba a contestar, pero me contuve. Ya anda tomando el “venerable”, y si empieza a fumar, la gente se va a quejar. Le van a llamar la atención, y si le sigue, me cae que lo bajan en la próxima ranchería, si bien le va, si no es que en medio de la nada lo dejan. Le conteste: “No, mi amigo, adelante, no me molesta, es más, ¿Me regala uno?”. Zandalio me dedicó otra de sus pozoleras sonrisas y me pasó la cajetilla, la botella y los cerillos. Tomé uno de los cigarrillos y lo encendí. Después, quizá por reflejo limpié metódicamente el pico de la botella y le di un trago al tequila, y mientras sentía que este me quemaba trompa, lengua, esófago y tripas, mi compañero de viaje continuó con su relato: “¿En qué iba? ¡Ah, si!, el venado. Oiga, pues no pasó mucho tiempo y ya ganaba mi buena lana. No le voy a decir que sólo del sueldo, pa’ser honestos teníamos por ahí varios enjuagues, y nos dábamos vida de grandes. Para empezar la charola nos abría todas las puertas, y al no tener familia, gastábamos el dinero como nos llegaba. Y una noche, en un cabaret de lujo, cambió mi vida para siempre”, yo tendí mi mano y como si estuviéramos sincronizados, Zandalio me dio de nuevo la botella, yo al trago y él a su historia: “Llegamos el Jesús y yo a un cabaret que se llamaba El Sansouci o algo parecido, nos pusieron en mesa de pista y toda la cosa, ya sabe, botella de cortesía, servicio al momento con mesero particular. Poco sabíamos que a tan solo a una mesa estaba un ministro de gobierno, el caso es que salió una chamaca a la bailada y le empezó a echar ojitos al tal ministro, cosa que no le gustó a uno de los parroquianos. Bueno, el caso es que de repente salió a relucir un cuete y se escuchó un tiro. Nunca supe quien tiró primero, pero lo que si noté fue que el tipo que le digo, el despechado, le estaba apuntando al ministro. Que me le lanzo encima desarmándolo y dándole una madriza de Dios es padre. Estaba cegado, al punto que casi me descuento al Jesús. El caso es que cuando llegaron los azules y el agua se calmó, no había rastros del ministro y el Jesús y yo nos identificamos para salirnos del cabaret”. Pausa, tequila, eructo, fumada. Yo la verdad ya me había envuelto en su rollo, así que igualé sus maneras: trago, fumada, eructo por vía alterna, y tras acomodarme en el asiento, solo atiné a preguntar “¿Y luego?”. Me miró a los ojos: “Pues qué le cuento, el cuate ese era el ministro de hacienda. Al otro día nos localizaron los de la secreta y nos llevaron a su oficina. Como no sabíamos ni qué pasaba, pues andábamos bien siscados. Pero una vez que nos dimos color de la situación, pues pura alegría, pa’pronto nos nombró parte de su escolta, nos dio un buen de sueldo y, ahora sí, pura vida. La vida, muchacho, siempre te está dando sorpresas, siempre te abre puertas, siempre te pone a alguien enfrente. La magia aquí es que sepas reconocer estas cosas. Suerte le decimos, pero es un plan. Eres joven, pero ya aprenderás a ver estas cosas”. Por alguna razón a nadie parecía molestarle el humo del cigarrillo, ni el volumen de nuestras voces. Fui ahora yo quien controlaba el mini pomo, y mientras me abastecía, Zandalio continuo:
“Trabajando con el ministro fue donde conocí a la madre de mis 5 criaturas. Quien diga que no existe el amor a primera vista ta’equivocado mi’jo”. A esas alturas el tequila hacía lo suyo y me podría haber dicho mi rey y yo me hubiera soltado dando dispensas. “Yo te juro que la vi y supe que esa era la buena. Y así fue, la cortejé con muchos trabajos, pues era un huesito duro de pelar, pero al final me dio el si. Fueron muchos años de feliz matrimonio. Bueno, hubo pleitos y todo, pero si lo juntas fue más lo bueno que lo malo. Y pos llegaron los hijos, crecieron y se empezaron a ir de casa. Yo para esto me había hecho cargo de mis hermanos y madre. Y todo eso te distrae, lleno de trabajo y responsabilidades, se me pasaba el tiempo. Creo que debí de haber hablado más con ellos, con mis hijos. Debí de haberles dicho todo lo que sentía, sin dejar nada adentro”. Controlada como tenía la botellita, me la acabé de un trago y sin darme cuenta de mi egoísmo, me encogí de hombros, gesto que no pasó desapercibido por Zandalio. Tras sonreír (su sonrisa ya no parecía tan desagradable) sacó una botellita nueva y sellada. Rompió el sello de la nueva botella y nos dedicamos a beber. Encendimos cigarrillos y después de un silencio llevadero, dije: “Zandalio, todavía estás a tiempo. Puedes hablar con tus hijos. Hay tiempo para decirles lo que se quedó en el aire. Es más, para eso te subiste hoy a este camión”. Creo haber visto una lágrima en el rostro surcado de arrugas de aquel hombre que sólo se limitó a asentir con la cabeza. Continué: “Ya ves, estás bien. A mi me hubiese gustado que mi padre y yo tuviéramos una oportunidad como la que se te presenta a ti, mas ya no es posible”. Un nudo en la garganta me paralizó, sólo alcancé a decir: “Esto que estas haciendo, me hubiera gustado que lo hiciera mi padre”. De nuevo un trago, y quizá una lágrima de mi parte. “Estás bien Zandalio, estás bien”. El silencio se prolongó un rato, y tras el paso de aquel nudo surgió la duda, por lo que pregunté: “Oye Zandalio, y si tan bien te iba, me vas a disculpar, ¿Cómo es que terminaste tan jodido?”. El sólo soltó una risa corta para después responder: “No lo sé, quizás fue la vida, quizás todo lo que te conté fue un sueño”. Di un trago a la botella y me di cuenta que casi se había acabado. Vi a mi compañero de viaje, que en vez de enojarse, se sonrió y de nuevo encogiéndose de hombros dijo: “Siempre quise tener una borrachera con mi hijo”. Esto fue lo último que escuché antes de empezarme a quedar totalmente dormido. El buen Zandalio me aventó un sarape encima y sin problemas me sumergí profundamente en la oscuridad.
Apenas noté que el camión se detenía. Mi cabeza daba vueltas pero por algún extraño motivo no sentía la resaca típica del abuso del tequila. Mi amigo de viaje ya no ocupaba su asiento a mi lado. Alcancé a verlo caminando por el pasillo entre la gente que se agolpaba para bajar. Volteó su cabeza y clavando su mirada en mi, dijo en voz alta, para que resaltara entre el barullo de la llegada a aquel destino incierto: “Me siento orgulloso de ti”. En mi mareo sui géneris alcancé a notar que ya no era aquel viejo que subió en Monclova el que me hablaba. Era mi padre. Quise moverme pero no pude. No estaba seguro si lo que vi y escuché eran parte del sueño, y antes de que pudiera reaccionar de otra manera, el camión arrancó con su tracalada a la que me había acostumbrado, y lo vi perderse monte adentro en la incipiente madrugada.

jueves, agosto 16, 2012

Bajo la Lluvia

Hoy solamente quiero compartir con ustedes, uno de tantos cuentos que he escrito.

Y te vi bailar bajo la lluvia/y saltar sobre un charco de estrellas/te vi bailar bajo la lluvia/esperando la luna llena.
(Quique González/Bajo la lluvia)


Bajo la lluvia

Cualquiera puede decir que Eduardo es un joven afortunado. Estudia en una Universidad privada y de mucho prestigio. Sus calificaciones son excelentes. Es capitán de la selección de fútbol de la escuela y, además, bien parecido. Sin embargo Eduardo cambiaría todo lo anterior por algo que aparentemente le resultaría simple de encontrar dadas sus circunstancias: el amor de una chica que lo amara por lo que realmente es, y no por aquello que representa.
Es de tarde y las luces de los arbotantes de la calle se han encendido. Todavía con el sabor en la boca a triunfo tras ganar el campeonato, se desplaza Eduardo a bordo de su Ford Mustang que le han regalado sus padres, y se dirige a la barra donde el equipo quedó de verse para celebrar el triunfo: un local estilo Irlandés no muy lejos del campus. Al llegar ya lo están esperando sus “brothers” José Manuel y Álvaro, que quienes al verlo rompieron en un parloteo jugoso sobre el resultado del juego, todas las adversidades superadas, aderezado con sendas jarras de cerveza que apuraron con singular alegría. Inmediatamente notaron los amigos de Eduardo que su mente estaba lejos, ausente aunque alegre, no lograban contagiarlo.
–¿Y ahora tú qué tienes, andas ido?– le preguntó José Manuel sin dejar de masticar cacahuates. Eduardo le sonrió, y Álvaro añadió –Este anda otra vez en esa onda querer encontrar a la “vieja de los ojos azules” y no sé qué más. Ya ni la amuelas Lalo, nada más mira a tu alrededor, hay un trancazo de chiquitas mamás dispuestas a sacarte… a pasear, nada más está de que les dediques una sonrisita mi amigo, y créeme que ni te vas a fijar en el color de ojos–.
Aprovechando que Álvaro le daba un trago a su cerveza y que Eduardo nada más no decía palabra alguna, José Manuel le replicó a Álvaro: –Y ahorita vas a empezar con la regla de los tres segundos y tus otras babosadas, eres un puerco–. –Si jalan, ¿qué no?– interrumpió Álvaro, pero José Manuel retomó la palabra antes de que el otro empezara a “rebuznar” de nuevo. –Sí jalan, pero no es lo que Lalo busca, no todos somos animales de granja como tú. Hay quienes tenemos sentimientos, nos enamoramos, no todo es apretar y pujar–.
Álvaro arqueó las cejas diciendo –Ubíquense, par de reses, estamos en la universidad, somos jóvenes y nos espera una vida de responsabilidades; vamos aprovechando el momento, que después ya Dios dirá. Yo por lo pronto voy por otra jarra de “cheve”, mis amigos, a ver si en el camino me encuentro y les encuentro compañía–.
Apenas Álvaro se alejaba, por fin Eduardo abrió la boca y le dijo a José Manuel: –Sabes, mi buen, por un lado creo que Álvaro tiene razón, hay que aprovechar para divertirnos, que debemos sacar ventaja de nuestra edad y situación. Pero por otro lado no puedo evitar querer encontrar a una mujer a la que pueda verdaderamente amar, y se que tú sí me entiendes. No digo que aquel esté tonto, sólo que piensa más como los demás y menos como nosotros. Me cuesta involucrarme con alguien sin que haya amor de por medio, y he ahí la razón por la que no me involucro–. José Manuel se le quedó viendo y entendiendo a su amigo, pero al mismo tiempo pensando que no era para él esa forma de tomar las cosas, tal y como lo hace su amigo Eduardo. Álvaro llegó por sus espaldas y casi los baña de cerveza.
Álvaro palmeó el hombro de su amigo. –Ya te oí, ya te oí. Ese es tu problema, quieres encontrar a alguien y automáticamente involucrarte… y eso sólo se logra buscando. Las mujeres que valen la pena no aparecen así como así, mi amigo, hay que salir y buscar, y buscar, y buscar–. José Manuel le hizo un gesto para que le pasara la jarra: –Ya andas borracho Álvaro, mejor siéntate antes de que nos vacíes la jarra encima–. El tema de conversación se desvió, y como siempre los tres amigos, entre tarro y tarro, comenzaron a componer el mundo.
La noche pasaba rápida y la cerveza corría alegremente en un local atiborrado de jóvenes que coreaban las canciones de moda. José Manuel y Álvaro seguían atropellándose para hablar prendidos del tarro o directamente de la jarra. Eduardo seguía fuera de lugar. Sólo había tomado un par de tarros y volvía a encerrarse en sus pensamientos. Al parecer a sus amigos se les hacia corta la noche para embriagarse, pero para Eduardo la noche se estaba haciendo mas larga que de costumbre. Algo le estaba pasando. Debería sentirse alegre, debería estar festejando, pero no era así. Esa noche algo era diferente pero no atinaba a dilucidar en qué se diferenciaba de otras noches. Decidió, pues, abandonar sus pensamientos e imitar lo que sus amigos estaban haciendo, beber como cosacos y pasarla bien, hablar cosas ligeras y recordar buenos momentos. La noche siguió su curso, bañada de anécdotas, cerveza y canciones. Eduardo consultó su reloj y se sorprendió de la rapidez con la que había corrido el tiempo, que antes apenas se movía, y ahora avanzaba a gran velocidad. Tras dar un último trago a su cerveza, se despidió de sus amigos pagando su parte proporcional de la cuenta.
–A dónde Lalo, la noche es larga, la cerveza es mucha, y la vida es muy corta– exclamó Álvaro evidentemente rebasado por los efectos de la cerveza; José Manuel palmeó el hombro de su amigo y le dijo –No le hagas caso, ya ves como se pone el animalito cuando toma; si quieres te llevamos, porque tú ya andas hasta atrás compañero–. Eduardo tomó las llaves del carro de José Manuel de encima de la mesa y le contestó: –Los que andan hasta las manitas son ustedes… y andan en tu carro, ¿verdad?– dijo dirigiéndose a José Manuel. –Me llevo tus llaves, y pidan un taxi, se las devuelvo cuando estén sobrios, es decir, hasta mañana–. Álvaro inmediatamente respondió: –no la friegues, en taxi, y qué tal si encontramos hoy nenas dispuestas, vas arruinar nuestro estilo… en taxi…–. No estando dispuesto a alegar, Eduardo dio media vuelta agitando su mano en señal de despedida y salió del local, sabiendo que ellos harían lo mismo por él en caso de que fuera necesario.
Había empezado a llover, ¿en qué momento? Eduardo no lo sabía, habían pasado horas sin sentir lo que sucedía afuera, pero el hecho era que llovía y mucho. Quizás por ese hecho la calle estaba vacía. Aunque no hacía mucho sentido en un área de bares, cerca de la universidad, y menos siendo fin de semana. Sin embargo las calles estaban casi desiertas. Desde la entrada del bar Eduardo vio una sombra de repente, sin saber de donde había venido, y la sombra tomó forma de mujer en un instante, y ahora ahí estaba bajo su paraguas protegiéndose de la lluvia. Conforme fue descubriendo su rostro se dio cuenta que era una muchacha guapa, empezaba a mojarse, con el cabello sobre la cara por la carrera que acababa de pegar. En eso, el cabello dejó al descubierto la mirada de ella y Eduardo se sorprendió de esos ojazos de un azul indescriptible, como nunca los había visto antes. Sumergido estaba contemplando esa suave mirada que tardó en darse cuenta que estaban protegiéndose juntos de la lluvia, sin caminar. El sostenía el paraguas y ella le sonreía. Se sintió indefenso, sin palabras por emitir, y para no pasar como un idiota dijo: –Disculpa, ¿esperas a alguien?–. Ella contestó sin dejar de sonreír: –No, en realidad suelo caminar por la lluvia y mojarme hasta el amanecer–.
Continuó sonriendo y Eduardo no logró discernir la broma que le decía aquella chica salida de la nada y que ahora no podía despegarla de su mirada. –¿Cómo dices?– le preguntó con cautela pues ahora parecía que el efecto de lo que había bebido se multiplicaba y no lo dejaba concentrarse. Ella le tendió la mano diciendo: –Hola, soy Ángela y no, no suelo mojarme en la lluvia hasta el amanecer, tampoco estoy esperando a alguien. Busco un taxi, no hay un alma en las calles–.
–¿Puedo acompañarte mientras encuentras tu taxi? Está lloviendo demasiado y con gusto comparto mi paraguas contigo– dijo finalmente Eduardo, recobrando la confianza. –Te agradezco que me lo ofrezcas, ¿no te retraso?– le preguntó ella sin dejar de sonreír. Eduardo medio secó su mano en el pantalón, y estrechó la de ella para encaminarla hacia la acera más próxima. Su mano era suave y agradablemente tibia, y entonces un delicado aroma floral invadió los sentidos de Eduardo, quien sólo atino a pensar: “esto es magia, pura y simple magia, si no cómo puedo percibir ese olor con esta lluvia”. –Y tú, ¿cómo te llamas?– preguntó Ángela sacándolo de su embeleso. –Eduardo, me llamo Eduardo. Discúlpame, pero me ha sorprendido que llegaras sin saber de dónde exactamente, y luego, tus ojos, tus ojos preciosos, me han… deslumbrado–.
–Gracias– contestó ella dejándose conducir hacia donde el edificio del bar protegía un poco a la pareja de la insistente lluvia.
–Entiendo que subir al carro de un desconocido no es precisamente lo que se recomienda en estos casos, pero si quieres, te acompaño al bar y así puedes pedir un…– iba diciendo Eduardo, pero ella lo interrumpió: –No, está bien, si tienes tu carro cerca puedes llevarme, por favor–, y entonces ella rio y su risa se escuchó tan llena de vida como el agua que nutría la tierra. Durante el camino, que se prolongó más de lo normal, platicaron como si se conocieran desde años atrás. Quedaron de verse al siguiente día para comer juntos después de clases.
El pequeño miró con verdadera curiosidad a su abuelo repitiendo: –¿Y luego qué paso después “abue”, qué pasó después?–.
El abuelo buscó la mirada de su hijo, quien observaba la escena y le sonreía. El padre del pequeño inquisidor le dijo al niño: –Después no pasó un solo día sin que ese muchacho se perdiera en el hermoso azul de esa mirada que te ha platicado tu abuelo–.
Guardaron silencio los tres unos segundos, y luego el chiquillo bajó de un brinco del balancín diciendo: –No me gustó el cuento, ya tengo hambre, voy con mami– y arrancó corriendo al interior de la casa. Los dos hombres contemplaron en silencio como iba cayendo el sol tras las copas de los árboles, luego el hijo le dijo a su padre: –En realidad la amaste mucho papá–.
–Desde el primer momento en que la vi, hasta el día en el que simplemente se quedo dormida–, contestó el anciano, cerrando los ojos e inundando su mente de aquel color azul que nunca volvió a ver en los ojos de persona alguna, una vez de que Ángela había partido.

Y de la nada, empezó a llover.



jueves, agosto 09, 2012

la de los jueves 9 Agosto 2012

The lunatic is on the grass / the lunatic is on the grass / Remembering games and daisy chains and laughs / Got to keep the loonies on the path. (Roger Waters / Brain Damage)

Un pueblo sin educación está jodido. Un pueblo a medio educar, está mucho más jodido porque, según la teoría fundamentalista del PRI que rigió al país desde 1929 hasta el 2000, el estar informado a medias crea caos. Pero un pueblo educado, culto, estará a la vanguardia, o por lo menos a la par de otros pueblos educados y cultos. Digo, es sentido común, no es una compleja ecuación matemática, ni la interpretación a nivel molecular y atómico-estructural de la materia. Y hablo de la educación porque Rubén, el hermano del ex gobernador de Coahuila de los Moreira, antes de Zaragoza, y que por la “voluntad” del respetable, ahora es gobernador de este lindo estado, declaró sin limpiarse antes la boca, que este será el sexenio de la educación. Y créanme, me suena la frasecilla, me parece que quien le pasó la estafeta dijo lo mismo. No vayamos a profundidades en eso porque se me revuelve el estómago… sigamos pues. Un hecho innegable en nuestro país es que hay que mantener al pueblo IG NO RAN TE, en la medida de lo posible, y que no se vea tan descarado.

Y hablando de nuestro hermoso estado, Coahuila (sin apellido), al que llevo en mi corazón y llevaré por siempre, hay algo que quiero decirles. Ahí les voy. En mi alcohólica óptica, no veo porqué se han de construir más centros educativos. Total señores, las autoridades dejaron crecer las ciudades a lo güey (me resbalé, es a lo “weee”) y las escuelas quedaron desparramadas sin ton, ni son. “Programando” el crecimiento de la ciudad, los centros educativos les valieron caca de perro en banqueta de vecino. Claro que una respuesta lógica sería que por eso han construido centros de educación hacia donde los “ranchos” crecen; no la jodan, o hacen obra para crecer las instalaciones ya existentes, o bien, cierran y construyen nuevas instalaciones donde el crecimiento de la ciudad manda. Pero no vuelvan a desperdiciar el dinero construyendo aulas que bien podrían ser bodegas comerciales. Se requiere de instalaciones pensadas en personas, personitas vamos. Carajo, son obras de esas que se ven, de las que les encantan a los políticos, ¿porqué no las hacen adecuadas a las que se merecen los hijos de Coahuila?

Luego viene el asunto de los maestros, y aquí si tengo que poner una rodilla en el suelo y agradecer a todos aquellos que son maestros POR VOCACIÓN, aquellos que se preocupan por el niño o adolescente y revisan las tareas, hacen que el grupo arrastre a los que se van quedando, encargan trabajos de investigación que luego ellos leen con apasionamiento para juzgar de la mejor manera, hablan con los padres de familia para involucrarlos en el proceso, claro, dependiendo de la etapa de los chamacos. Gracias por los maestros que no consideran a sus alumnos “just another brick in the wall”. Y al igual que con las instalaciones, no es asunto de poner más cardumen docente. El asunto es que los maestros sean de “a devis”, gente que sangre por educar y no que al educar sangren a los pobres incautos que caen en sus garras, y no que al educar sangren el patrimonio de un país al aplicar sus “técnicas” llenas de problemas y prejuicios.

Pues digamos que ya están los centros educativos con profesores, laboratorios, computadoras con WWW (nada que ver con la lucha libre, eh!), libros electrónicos y medios para leerlos, instalaciones deportivas y culturales. Digamos que ya está lista mi utopía educativa en pleno Piedras Negras. Oye qué bonito suena, hasta se pone uno “chinito” (¿apoco los chinos tendrán la piel de gallina recién pasada por agua hirviendo?). Ahora, ¿como arrimamos a los chamacos?

Bueno, tumbemos algunas vacas sagradas en este tema. Para el transporte, olvídense por favor de su “mágica” fórmula de descuentos en el transporte público. Qué pobreza de criterio. Qué solución tan aguardientosa. Es la megajalada más grande del tercer mundo educativo. Ya va siendo hora de arrimar a los alumnos a los centros educativos a través de nuestros impuestos, ¿o qué nuestros impuestos son tan poquitos? (tenencias, ISR, IETU, ISPT, IVA, IEPS, ISAN e IDE). El transporte escolar debe de ser gratuito y no una concesión a particulares de donde se alimentan unos cuantos (iba a escribir se maman, pero de lengua me como un taco y luego me quedo mudo). Es tiempo de que existan opciones, equitativas, si alguien no tiene cómo moverse de casa a su centro educativo, se inscribe al transporte correspondiente y punto, ya está. Que las familias dejen de pagar por transporte, vamos a ponérselas fácil a los chavos; por el bien de la educación, por el bien de Coahuila y la nación. Descuentos en el transporte público… por favor, es algo que ya se da por dado en cualquier país civilizado del mundo. Qué bárbaros nuestros funcionarios mediocres, ya ni la hacen... Y hablar de la alimentación en los centros educativos me llevaría a largas discusiones porque no falta quien quiera exculpar a los hermanos Moreira alegando que los desayunos “de la gente” los exime de toda falta. No mamen.

Oscar, hoy te toca a ti, podemos ser punta de lanza y dar ejemplo; sería un orgullo escuchar decir: Piedras Negras, cuna del verdadero cambio, “benchmark” de las reformas en educación. Ojalá canijo, ojalá.

Pero qué digo, es jueves y la falta de alcohol me hace ver distorsionadas las cosas. Ya no distingo la realidad de la fantasía y se entremezclan los hechos y los sueños, quimeras y utopías. En México, la educación está de lujo… o es un lujo… no entiendo bien. Todos los maestros tienen el nivel que la NASA requiere y se los pelean por sus excelentes calificaciones… o ellos pelean porque no quieren que los califiquen… no lo entiendo bien. Elba Esther será la “primera institutriz” del país y se le ha encomendado la educación de “Henrruchito” Peña Nieto, y ya hay quienes dicen que debiera ser canonizada… o “Henrruchito” hará el “primer quinazo” con Elba Esther, al estilo Salinas, ya hay quienes dicen que debiera ser encarcelada… no lo entiendo bien. Definitivamente me faltan unas cheves y buena música que penetre por mi canal auditivo y haga vibrar mi tímpano hasta que el nervio auditivo transforme dichas vibraciones en placenteros sonidos… si quieren nos vemos mas tarde en www.radioelite.com (en Generación 62).

And if the dam breaks open many years too soon/And if there no room upon the hill / And if your head explodes with dark forebodings too / I’ll see you on the dark side of the moon. (Roger Waters/Brain Damage)

PD. Me encantaría ver a muchos gobernadores, ex gobernadores, alcaldes, ex alcaldes, diputados, ex diputados, senadores, ex senadores, funcionarios, ex funcionarios, empresarios, ex empresarios, policías, ex policías, banqueros y ex banqueros, en el “bote”, y con sus bienes mal habidos incautados… ¿A ustedes no?