jueves, agosto 30, 2012

Encuentros

Encuentros

Abrió los ojos cuando los primeros rayos de luz empezaban a acariciar la tierra. Despacio se sentó sobre la cama y tras pasarse la mano por la cara, se puso de pie. Escogió la ropa para ese día. Entró al baño para asearse y luego vestirse. No había prisa.
Media hora después salía de casa. Caminó dos cuadras hasta llegar al parque y lo cruzó por el centro, bajo las copas de árboles centenarios y el dulce aroma de jazmines y lavandas. A lo lejos nubarrones avisaban que el sol no duraría. Cruzando la calle frente al parque estaba la cafetería de siempre. Tomó asiento en la terraza y esperó a Clara, la chica que siempre hacía el favor de atenderlo. A él nunca le gustó eso de ordenar en la caja, más bien le gustaba ser uno de los primeros clientes en llegar y dejar muy buena propina. Por eso Clara tomó la iniciativa de atenderlo como le gustaba, siempre en la mesa y siempre con una sonrisa. –Buenos días Don Luis, aquí tiene su cafecito. ¿Va acompañarlo hoy con alguna pieza de pan dulce?–. La miró a los ojos y le dijo por lo bajo: –No Clarita muchas gracias. Pero ya sabes, si no se te carga el trabajo, te encargo en unos 20 minutos más el segundo café–. La chica volvió a sonreír pensando en que la conversación estaba de más pues su distinguido cliente todos los días hacía y decía lo mismo. De la mesa tomó el dinero que, como siempre, previamente dejara Luis en la esquina derecha, justo donde ella aparecía a diario para repetir los formulismos, y en menos de 30 segundos dar la media vuelta con el dinero de los dos cafés y la propina desproporcionada.
A Luis le encantaba la tranquilidad de las mañanas aderezadas con canto de aves, aroma de flores y los colores con los que éstas vestían el parque. Cuando volteó a la mesa el café ya estaba ahí, dio un trago metódico y cerró los ojos. Dejó que sus sentidos se embriagaran de sonidos y aromas. Cuando los volvió a abrir ya estaba ella ahí, en la banca del parque, justo frente a la cafetería. ¿Cuanto tiempo había transcurrido con los ojos cerrados? ¿Quién era esa mujer que lo desconcertaba? Al contrario de su diaria repetición de actos, ella aparecía en el parque de vez en cuando, o mejor sea dicho el asunto, justo cuando menos se lo esperaba. Como hoy, al cerrar los ojos. Una mirada a la banca y nada había. Unos segundos (¿o minutos?) después ahí estaba. Y así como las otras veces que la veía, empezaba a sentirse nervioso y la miraba sentada y buscaba en sus facciones y gestos algo a lo que ella era totalmente ajena. ¿Por qué sentía miedo? ¿Por qué pensaría que aquella mujer era para él hasta cierto punto inalcanzable, si era sólo cuestión de cruzar la calle, vencer el miedo y preguntarle: Cómo estas? Aún me recuerdas? Aunque su parte consciente le decía que no podía ser ella, sin embargo tenía tantas coincidencias que le arrebataba la sospecha: su manera de sentarse, el brillo de su cabello y esa mirada tierna con un toque de melancolía que por momentos le hacía sacar conclusiones, pues todos los detalles juntos le gritaban que era ella, que no podía equivocarse. De pronto ella sacó un libro de su bolso y comenzó a leer. Un detalle más que sumado a los otros le daba la certeza de haberla encontrado.
Recordó la tarde en que la conoció, en aquella librería escondida en el centro de la ciudad donde sólo los que son muy asiduos a la lectura gustan de gastar sus horas de ocio, entre los forros nuevos y viejos que prometen contener el tesoro del ser y del saber. Esa tarde ella escogió un libro de Taylor Caldwell y él lo notó y fue la pauta para iniciar una conversación que recordaba como muy agradable. Tras comentar sobre el libro se dirigieron a una cafetería y se reconocieron hasta muy entrada la noche. Su mirada lo cautivó y su forma de saber escuchar. Ella le platicó esa noche cómo le gustaba ver la lluvia tras el ventanal si era invierno, y en los veranos alzar la cara y dejarse besar por lo que llamó las lágrimas del cielo.
De pronto su mirada y la de la banca se cruzaron, sólo por un momento, suficiente para que los latidos de su corazón de aceleraran, para hacerlo sentir indefenso, como desnudo, paralizado como adolescente enamorado. Quizás sus ojos podían engañarlo, pero era difícil engañar a su corazón. Era ella, tenía que ser ella. Pero, ¿porqué ahora?, ¿porqué después de tanto tiempo?
La voz de Clara repentinamente lo volvió a la realidad: –Aquí tiene su otro cafecito, lo espero por aquí mañana, cuídese mucho–. Luis le dedicó una sonrisa y volteo de nuevo hacia el parque, temeroso de que en esos pocos segundos ella hubiese desaparecido. Pero seguía ahí, leyendo tranquila. Dio un sorbo a su café, apresurado, quizá estuviera confundiendo la realidad con un simple deseo; el deseo de sentir el calor de su cuerpo y su cara contra su pecho, el deseo de volver a escuchar su voz y el sonido de su risa, el deseo simple de compartir sus hermosos silencios. Tenía que saberlo. Tenía que estar seguro. Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la calle. Andaba de prisa, con la bufanda volando por el repentino aire que cruzó su camino. El sol ya se había escondido detrás de las nubes que ahora habían llegado. Al otro lado de la calle ella dejó el libro pues la tranquilidad de hacía un instante hacía que no fuera propicio la lectura en el parque. Levantó la vista y vio como un hombre maduro atravesaba la calle y se dirigía hacia donde ella estaba. Vio en su semblante una angustia como si no fuera a alcanzarla para decirle algo. Clara observó desde el café a Luis atravesar la calle despeinado por el viento, con su paso un poco incierto, y pensó para sí que había envejecido muy rápido en el tiempo que llevaba yendo por las mañanas.
La de la banca clavó sus ojos en los de él, y él terminó de cruzar la calle sin haberse fijado si quiera, con la mirada hundida en ella. Se acercó despacio acortando distancia por la acera. Ella descubrió con sobresalto mucha aprensión en ese hombre que se acercaba, pero no sintió miedo pues de alguna forma su mirada sobre ella tenía un brillo que le inspiraba cierta ternura. Una voz los sacó del trance en el que se encontraban esos dos seres que por un momento todo lo demás dejó de existir para concentrarse en observar uno del otro algo que no había sido todavía descubierto: –Perdóname mi amor, pero ya conoces a mis padres, querían que nos quedáramos a desayunar, pero les dije que tu me estabas esperando aquí para tomarnos un café y que después iríamos a dar una vuelta por la ciudad, así que no tuvieron mas remedio que dejarme ir–. Ella volteó a ver a su marido y de nuevo volteó a ver a aquel hombre de edad y notó de pronto que su mirada se apagaba, vio cómo su figura, antes erguida, se encorvaba un poco, apoyando ahora su peso sobre un bastón que un momento antes le pareció lo traía alzado. Ella recogió su libro para meterlo de nuevo en el bolso, y tras darle un beso a su marido, tomados de la mano se empezaron a alejar del punto de no reunión de aquellos dos que se habían mirado.
Don Luis vio como la pareja empezaba a distanciarse. De pronto la chica, soltándose de la mano de su esposo, dio media vuelta y se acercó al anciano a paso rápido. Tomándole la mano libre le dio un beso en la mejilla humedecida por el llanto. –¿Se parecía a mi?– preguntó. –Mucho mi’ja. Era tan bella como tu–. Ella apretó su mano y después caminó hacia donde estaba su marido. Iba conteniendo un sollozo al saber lo que Don Luis había experimentado. El los vio adentrarse en el café donde un momento antes el estuviera.
Comenzó el camino hacia dentro del parque, bajo las copas de los árboles que se mecían por el viento que alejaba el aroma a jazmines y lavandas. No apuró el paso porque, de igual forma, no había prisa.

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