jueves, agosto 23, 2012

¿En qué sueñas?

¿En qué sueñas?


Viajaba en un desvencijado autobús que por algún milagro mecánico o divino se mantenía en marcha, entre humo y ruido que eran notorios adentro, donde los pasajeros pueden distinguir ambos perfecto. Era de noche y recuerdo haber pensado que tan pronto me graduara jamás volvería a viajar en autobús, me lo prometí. Salimos de Piedras Negras e iba solo, y así se mantuvo sólo el camión hasta llegar a Monclova. Iba pensando en el trayecto sobre tanta lámina para contenerme a mi solito. Llevaba chofer propio, y de cómo todo esto afectaba el precio del boleto que pagamos los que viajamos en estos populares medios de transporte. En Monclova varias personas abordaron. Estuve cruzando los dedos deseando que la chica de los jeans ajustados y blusa escotada se sentara a mi lado, pero la suerte, que rara vez me acompaña, me “premió” dándome de compañero de viaje a un viejito, de aspecto muy humilde, y de olor bastante fuerte. Tras acomodarse en el asiento, se presentó conmigo como Zandalio Cruz. Espontáneo, me dio la mano (la cual estreché), y sin decir palabra dirigí la mirada a la ventanilla, haciéndome como que la Virgen me hablaba, o por lo menos los espíritus que suelen acompañarme para estos propósitos. Más rápido que de costumbre, tan pronto y se bajaron el chamaco de los lonches y el que nos deleitó con una corta pero sustanciosa rola de “Los tigres del norte”, el cacharro inició de nuevo su marcha hacia Monterrey, la industriosa ciudad. No bien habíamos tomado el Boulevard Harold Pape, cuando Zandalio sacó una “copalita” de tequila y dándole gran trago, me la ofreció diciendo: “Disculpe joven, pero no escuché su nombre”. La verdad no soy aficionado al tequila, por lo cual decliné la invitación, pero sí contesté un seco: “Rafael”. El anciano se sonrió mostrándome tremenda y maltratada mazorca amarillenta y, tras dar otro trago a su botellita, volvió a su intento de iniciar una charla:
“Me imagino que es usted estudiante, eso es bueno, yo siempre he dicho que la juventud se debe de preparar. Su padre debe de estar muy orgulloso de usted”. El comentario si que me jodió, pues mi padre había fallecido hacía pocos meses, por lo que, esta vez viéndolo a los ojos, se lo hice saber: “Mi padre falleció a inicios de este año. No se si estaba orgulloso de mí o no, nunca se lo pregunté y él nunca me lo dijo”. Quiero creer que se dio cuenta de mi malestar al tocar el tema, pues guardó silencio y me dejó en paz, mas no por mucho tiempo. Tras haber dejado atrás Castaños, entre la floresta agreste del desierto de Coahuila, por ahí pasó zumbón la lata de sardinas gigante que nos contenía a varios esa noche. Por fin encontré acomodo para dormitar, cuando Zandalio volvió a romper el silencio: “Sabe, yo tuve una vida muy dura. Mi niñez estuvo llena de privaciones y penurias. Antes de ser campesino mi padre trabajó con los rurales, y pos la verdad esas cosas no dejan, y si a eso usted le suma que éramos un titipuchal de hermanos, pos más pior”. Hizo una pausa para solar una risita grotesca, y continuó: “A los 16 me cansé de tanta pobreza y, como muchos, me fui a la capital. Si yo pensaba que la cosa era difícil allá en el pueblo, la capital me resultó mucho más dura. Imagínese 16 años y un completo analfabeta” y se dio tiempo para un nuevo trago y compartir su tufo, “Pero no me doblé, no señor, a base de blanquillo seguí adelante. Fui mil usos hasta que descubrí que en la sangre llevaba la ley, sabe, me di cuenta que lo mío era ser policía. Así que empecé como muchos, como madrina. Ahí me ve usted, como mandadero, al principio, pero rápido se dieron cuenta que no era de los que fácilmente se quiebran y me fueron agarrando confianza. No pasó mucho tiempo y un judicial al que llamaban Cacharpas, de nombre Jesús Acosta, me apadrinó y me dieron mi placa. Luego luego Jesús me llevó a comprar mi primer tacuche y mi primer par de zapatos nuevos. Después nos pasamos a la peluquería pa’corte y rasura. En ese momento recuerdo que pensé que yo ya la había hecho, que mi momento había llegado, y porqué no decirlo, también pensé que al fin la revolución mexicana me había hecho justicia. Lo mejor fue en la noche, cuando me llevaron a festejar con unas rorras, de esas bien ponedoras…..¡Ay, aya, yay!”, al momento que soltó ese grito apagado y agitó los puños, pensé que le estaba dando un ataque. “Se me desmaya este viejo” pensé, y de desmayarse, me dejará de joder y, ahora sí, de ese momento en adelante, todo sería paz hasta llegar a Monterrey. Pero no, el viejito al gritar estaba enfatizando su historia, y alegremente continuó dándole rienda suelta a su capacidad retentiva: “Y no crea que siempre estuve así de jodido, no, yo estaba bien dado, la gente, sobre todo las chamacas, decían que imponía. Además, usted no me lo va a creer, pero yo era muy rápido, jeje, me decían el venado y no precisamente por aquello de lo cuernos” de nuevo la risita, el trago de tequila y la novedad ahora fue su cigarro delicado “No le molesta si fumo, ¿verdad?, usted también lo hace, ¿verdad?”, ándale Sherlock pensé, y le iba a contestar, pero me contuve. Ya anda tomando el “venerable”, y si empieza a fumar, la gente se va a quejar. Le van a llamar la atención, y si le sigue, me cae que lo bajan en la próxima ranchería, si bien le va, si no es que en medio de la nada lo dejan. Le conteste: “No, mi amigo, adelante, no me molesta, es más, ¿Me regala uno?”. Zandalio me dedicó otra de sus pozoleras sonrisas y me pasó la cajetilla, la botella y los cerillos. Tomé uno de los cigarrillos y lo encendí. Después, quizá por reflejo limpié metódicamente el pico de la botella y le di un trago al tequila, y mientras sentía que este me quemaba trompa, lengua, esófago y tripas, mi compañero de viaje continuó con su relato: “¿En qué iba? ¡Ah, si!, el venado. Oiga, pues no pasó mucho tiempo y ya ganaba mi buena lana. No le voy a decir que sólo del sueldo, pa’ser honestos teníamos por ahí varios enjuagues, y nos dábamos vida de grandes. Para empezar la charola nos abría todas las puertas, y al no tener familia, gastábamos el dinero como nos llegaba. Y una noche, en un cabaret de lujo, cambió mi vida para siempre”, yo tendí mi mano y como si estuviéramos sincronizados, Zandalio me dio de nuevo la botella, yo al trago y él a su historia: “Llegamos el Jesús y yo a un cabaret que se llamaba El Sansouci o algo parecido, nos pusieron en mesa de pista y toda la cosa, ya sabe, botella de cortesía, servicio al momento con mesero particular. Poco sabíamos que a tan solo a una mesa estaba un ministro de gobierno, el caso es que salió una chamaca a la bailada y le empezó a echar ojitos al tal ministro, cosa que no le gustó a uno de los parroquianos. Bueno, el caso es que de repente salió a relucir un cuete y se escuchó un tiro. Nunca supe quien tiró primero, pero lo que si noté fue que el tipo que le digo, el despechado, le estaba apuntando al ministro. Que me le lanzo encima desarmándolo y dándole una madriza de Dios es padre. Estaba cegado, al punto que casi me descuento al Jesús. El caso es que cuando llegaron los azules y el agua se calmó, no había rastros del ministro y el Jesús y yo nos identificamos para salirnos del cabaret”. Pausa, tequila, eructo, fumada. Yo la verdad ya me había envuelto en su rollo, así que igualé sus maneras: trago, fumada, eructo por vía alterna, y tras acomodarme en el asiento, solo atiné a preguntar “¿Y luego?”. Me miró a los ojos: “Pues qué le cuento, el cuate ese era el ministro de hacienda. Al otro día nos localizaron los de la secreta y nos llevaron a su oficina. Como no sabíamos ni qué pasaba, pues andábamos bien siscados. Pero una vez que nos dimos color de la situación, pues pura alegría, pa’pronto nos nombró parte de su escolta, nos dio un buen de sueldo y, ahora sí, pura vida. La vida, muchacho, siempre te está dando sorpresas, siempre te abre puertas, siempre te pone a alguien enfrente. La magia aquí es que sepas reconocer estas cosas. Suerte le decimos, pero es un plan. Eres joven, pero ya aprenderás a ver estas cosas”. Por alguna razón a nadie parecía molestarle el humo del cigarrillo, ni el volumen de nuestras voces. Fui ahora yo quien controlaba el mini pomo, y mientras me abastecía, Zandalio continuo:
“Trabajando con el ministro fue donde conocí a la madre de mis 5 criaturas. Quien diga que no existe el amor a primera vista ta’equivocado mi’jo”. A esas alturas el tequila hacía lo suyo y me podría haber dicho mi rey y yo me hubiera soltado dando dispensas. “Yo te juro que la vi y supe que esa era la buena. Y así fue, la cortejé con muchos trabajos, pues era un huesito duro de pelar, pero al final me dio el si. Fueron muchos años de feliz matrimonio. Bueno, hubo pleitos y todo, pero si lo juntas fue más lo bueno que lo malo. Y pos llegaron los hijos, crecieron y se empezaron a ir de casa. Yo para esto me había hecho cargo de mis hermanos y madre. Y todo eso te distrae, lleno de trabajo y responsabilidades, se me pasaba el tiempo. Creo que debí de haber hablado más con ellos, con mis hijos. Debí de haberles dicho todo lo que sentía, sin dejar nada adentro”. Controlada como tenía la botellita, me la acabé de un trago y sin darme cuenta de mi egoísmo, me encogí de hombros, gesto que no pasó desapercibido por Zandalio. Tras sonreír (su sonrisa ya no parecía tan desagradable) sacó una botellita nueva y sellada. Rompió el sello de la nueva botella y nos dedicamos a beber. Encendimos cigarrillos y después de un silencio llevadero, dije: “Zandalio, todavía estás a tiempo. Puedes hablar con tus hijos. Hay tiempo para decirles lo que se quedó en el aire. Es más, para eso te subiste hoy a este camión”. Creo haber visto una lágrima en el rostro surcado de arrugas de aquel hombre que sólo se limitó a asentir con la cabeza. Continué: “Ya ves, estás bien. A mi me hubiese gustado que mi padre y yo tuviéramos una oportunidad como la que se te presenta a ti, mas ya no es posible”. Un nudo en la garganta me paralizó, sólo alcancé a decir: “Esto que estas haciendo, me hubiera gustado que lo hiciera mi padre”. De nuevo un trago, y quizá una lágrima de mi parte. “Estás bien Zandalio, estás bien”. El silencio se prolongó un rato, y tras el paso de aquel nudo surgió la duda, por lo que pregunté: “Oye Zandalio, y si tan bien te iba, me vas a disculpar, ¿Cómo es que terminaste tan jodido?”. El sólo soltó una risa corta para después responder: “No lo sé, quizás fue la vida, quizás todo lo que te conté fue un sueño”. Di un trago a la botella y me di cuenta que casi se había acabado. Vi a mi compañero de viaje, que en vez de enojarse, se sonrió y de nuevo encogiéndose de hombros dijo: “Siempre quise tener una borrachera con mi hijo”. Esto fue lo último que escuché antes de empezarme a quedar totalmente dormido. El buen Zandalio me aventó un sarape encima y sin problemas me sumergí profundamente en la oscuridad.
Apenas noté que el camión se detenía. Mi cabeza daba vueltas pero por algún extraño motivo no sentía la resaca típica del abuso del tequila. Mi amigo de viaje ya no ocupaba su asiento a mi lado. Alcancé a verlo caminando por el pasillo entre la gente que se agolpaba para bajar. Volteó su cabeza y clavando su mirada en mi, dijo en voz alta, para que resaltara entre el barullo de la llegada a aquel destino incierto: “Me siento orgulloso de ti”. En mi mareo sui géneris alcancé a notar que ya no era aquel viejo que subió en Monclova el que me hablaba. Era mi padre. Quise moverme pero no pude. No estaba seguro si lo que vi y escuché eran parte del sueño, y antes de que pudiera reaccionar de otra manera, el camión arrancó con su tracalada a la que me había acostumbrado, y lo vi perderse monte adentro en la incipiente madrugada.

1 comentario:

Tony Ayala dijo...

Tu relato me llevo al olor de estos camiones, senti claramente el olor y como te dejaba la peste despues de que te bajabas...a autobus Anahuac!!
Un abrazo!!