jueves, agosto 25, 2005

la de los jueves 25 agosto 2005

Dentro de nuestro circulo de amistades por lo regular encontramos extremos, y con extremos en este caso en particular me refiero al amigo que es socialito por naturaleza y al, digamos retraído, que solo se encuentra a gusto dentro del circulo de amigos; que no llegue un “extraño” por que su mirada empezara a lanzar fuego y existe el peligro latente que le vaya a pegar tremenda mordida al cuello. Sin embargo todos sin excepción sufrimos de un síndrome que afecta a nuestra “moderna” sociedad, y es el mentado síndrome del metro cuadrado. ¿No habías escuchado de este síndrome alguna vez?, pues ahí te voy.
Por si no lo sabias mi querido lector parece que en la actualidad, el “metro cuadrado” es la esencia básica de la sociedad al respeto, al recelo de un mero acercamiento que produce urticaria, gangirongos, chuchurrucos, chancros, en fin; alergia al contacto físico.
Estoy seguro que todos ustedes han pasado por esta experiencia alguna vez, en distintas situaciones cotidianas, e incluso en sus círculos más cercanos. Sin temor a equivocarme se que podrás recordar aquella ocasión (cuando eras “estudiambre”) en que viajabas en el “democrático” y con la fortuna de tener un espacio vació en tu asiento; en cada parada sufrías de temporal angustia avistando quien subía y rogando que no fuera aquella enorme señora (abrillantada por el sudor) con la “rede” del mandado y acompañada de un escuincle mocoso y embadurnado de paleta hasta el occipucio, la que se sentara a tu lado. Obviamente cedías el asiento, más que por caballerosidad, por el riesgo a ser aplastado; por no terminar con restos de caramelo en alguna parte de tu anatomía, o lo que es peor, por el simple hecho de tener asco al contacto. Así es, y déjense de mojigaterías, simple y sencillamente por asco. Y esto lo podemos trasladar a cualquier medio de transporte colectivo por muy “pipirisnais” que sea. (en el avión te jodes, cuando mucho cambiaras de asiento, pero eso sigue siendo albur).
Es acaso este un temor a relacionarnos con los que nos rodean (en el caso de camiones o aviones, de los que nos semi-aplastan; sin ofensa pa’nadie, ¿OK?)
“El metro cuadrado” es la necesidad de sentirnos protegidos de la invasión que representa la otra persona, de ser minuciosos, al grado de parecer paranoicos, encontrando algún significado especial al roce que nos dio el compañero de trabajo, ese roce afectuoso tergiversado de tal manera que ya nos parece que es un deseo sexual (un amigo mío diría “atocamientos sexis”), y que instintivamente lo asociamos a una intención oculta que lleva el benefactor de tanta caricia. Espero que no te cruces brazos, hables tapándote la boca o asientas con una negación (“no, si yo creo...”), porque son los reflejos típicos de quienes ostentan el “metro cuadrado” al extremo de hacernos ver como victimarios, criminales de inocentes palomillas que solo desean estar en paz, lejos de todo vestigio humano.
El “metro cuadrado” es la extrema conciencia, casi milimétrica, al acercamiento. Es un tipo de prejuicio inconsciente que denota mucha timidez o bien un sentimiento de superioridad, que nos hace ver poco menos que dignos de entablar una posible conversación con quien tiene esta conducta. Como aquella linda mujer (a la que cualquier miembro del cardumen le gritaría “Que comen los pájaros…..macita”) que piensa que todos los hombres la ven con ojos de lobos, a lo cual reaccionan a la defensiva constantemente.
Es posible que puedas encontrar “el metro cuadrado” en aquel círculo de amigos donde pueden hablarse de temas cotidianos, pero con cuidado de no enfocar sus sentimientos en sus puntos de vista. Quizás porque para ellos esto puede representar un punto débil del cual hacer mella, y ser utilizado tarde o temprano en su contra. Los “metro cuadrado” guardan la compostura sin mostrarse enteramente, mostrándonos siempre la apariencia, limitándose como seres humanos.
Yo admiro a quien camina por la calle cantando a grandes voces, a quien cuenta sin preámbulos sus inquietudes, a quien no se cruza de brazos, a quien vive simplemente por vivir. A esas personas únicas que no guardan detalles, que siempre ofrecen más de los que pueden dar, y que al siguiente día nos hacen sonreír, por como son, así de simple.
A quien nos hace girar alrededor de su vida porque no representamos un “obstáculo” para su fluida manera de ser, a quien captura una parte de nosotros, cada vez que tiene algo de sí que ofrecer.
¿Por que no dejar salir de vez en cuando al niño que hay en nosotros? (si es que no lo mataste hace años), ¿Por que no abrir los brazos y hacer el avión si así te nace? (¡Gracias Arturo!), ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo vivir?
Quizás es que somos humanos, demasiado humanos.


Que tengan ustedes buen día y mejores noches.

No hay comentarios.: