jueves, octubre 18, 2012

Voces (1ª Parte)

Voces


Luis tenía verdadera pasión por la música. Alberto también. Eso fue clave que los llevó a formar una estación de radio, pues para ambos significaba la posibilidad de poner en práctica aquello para lo que se habían preparado y así nació Radio Elite. Luis, aprovechando que la familia estaba fuera de la ciudad, salió de su casa hacia la estación para transmitir un programa. En el camino pensó en la música que programaría, y si aún estaría la botella de “whiskey” que guardaba en la estación. Al llegar encendió la luz de la cabina de transmisión y dejó lo que traía en las manos sobre la mesa. Luego se dedicó a preparar el equipo, mientras a esos menesteres dedicaba su tiempo se percató de que había un silencio poco habitual. En voz alta, como queriendo romper el mutismo, dijo: –Raro, muy raro–; pero continuó con su tarea. Cuando estuvo todo listo, fue a buscar la botella.

El espacio se empezó a llenar con la voz de Sinatra y su orquesta. Luis dio un trago al primer “jaibol” de la tarde y cerró los ojos dejándose envolver por la música. Estaba tan absorto en las notas que salían de los parlantes que pegó un pequeño salto en la silla cuando sonó su teléfono móvil. –Bueno– contestó, para después escuchar la voz de Alberto –qué pasó Luis, no sabía que ibas a transmitir el día de hoy; oye aprovechando que estas ahí, por favor chécate si deje prendida la luz de mi oficina–. Con un simple movimiento si despegarse de la silla Luis comprobó que la luz estaba apagada. –No hay luz en tu oficina–. Alberto tardó un poco en contestar –Qué raro, estaba seguro la había dejado prendida. ¿Hasta qué hora le vas a dar?–. Eligiendo las canciones para el siguiente bloque de música Luis contestó: –No lo se, pero lo más seguro es que me quede buen rato; a lo mejor hasta la media noche, con eso de que estoy “soltero”, a lo mejor hasta le sigo un rato después de la hora de las brujas–. –Bueno, aquí te voy a estar escuchando un rato; a lo mejor por ahí te caigo, pero será un poco más tarde–. Luis dio un nuevo trago a su bebida y contestó: –Ok, si te decides yo ya abrí la botella de “baigon”; no’más traite una botanita–. Luis dio un largo trago a su bebida y acomodándose en la silla, de nuevo se dejó llevar por la música hacia la tierra de los recuerdos, cuando estudiaba su carrera, aquellas noches calurosas, en uno de tantos ejidos del estado…

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Eran las 11:30 de la noche y la temperatura rondaba entre los 37 y 38 grados Celsius. Todavía la tierra bajo sus pies se sentía caliente, tras haber estado expuesta a más de 44 grados durante el día. Además no había la menor brisa y el silencio era abrumador. Maldita la hora en que la camioneta de la universidad se había descompuesto, obligándolo a pernoctar en aquel ejido en medio de la nada. Caminó hacia una noria, levantando una pequeña nube de polvo a cada paso. Luego bajó la cubeta con cuidado de no hacer ruido, pero ante el sepulcral silencio, el malacate sonaba como el chirriar de las ruedas de una locomotora. Por fin tubo la cubeta llena de agua en sus manos, y lentamente vacío el contenido sobre su cabeza. ¿Cómo podía dormir esta pobre gente con estos malditos calores?, se preguntaba mientras se recargaba en la noria dejando que el agua escurriera hacia el suelo. Un ruido a su izquierda lo hizo enderezarse. –Ta’duro el calorcito, ¿verdá, Inge?–, pregunto Don Isabel (mejor conocido por Chabel), quien amablemente lo invitó a dormir en el cobertizo bajo el enorme huizache. –Don Chabel, espero no haberlos despertado a usted y a su familia con el ruido del malacate; es que uno no esta acostumbrado a estos calores–. El campesino sacó una cajetilla de “faros”, y tras ofrecerle a Luis y pasarle fuego, empezaron a fumar. –No se apure Inge, yo sólo me levanté a ver si estaba bien y venía pa’cá cuando lo vi caminando pa’la noria; pa’ustedes ta’difícil aguantar “la calor”, uno ya esta acostumbrado–. –Sabe Don Chabel, más canijo que aguantar estos calorones de noche, es aguantar el silencio. Esto está tan callado que no’más se oye un zumbido en los oídos–. Ambos se recargaron contra la noria. –Ese zumbido del que “usté” habla, no es más que un truco de la mente– dijo Chabel mientras se tocaba la sien con el dedo índice, –pa’no escuchar lo que de verdá se oye en las noches como esta–. A Luis le gustaba escuchar a la gente del campo y sus historias, aunque no se las tomaba al pie de la letra. Así que lo invitó a continuar con su relato. –¿Y qué es lo que realmente se escucha en las noches así de calladas? –. –Murmullos Inge, de “munchas” voces que hablan entre ellas, que se cuentan cosas de todos los tiempos. Pero si las voces notan que alguien las escucha se quedan calladitas y uno no’más vuelve a escuchar el zumbido ese y su propio resollar. Por eso, pa’escucharlas, tiene que andar uno serenito como cuando anda cazando güajolote, hay que tener “muncha pacencia”, ser rápido y tener suerte–. Interesado, pero incrédulo Luis preguntó: –¿Entonces cómo se le hace para escuchar esas voces?–. Chabel dio una fumada a su cigarro y contestó: –Como le dije, “pacencia”, rapidez y suerte. Hay que practicar “muncho”, y al tiempo verá cómo las escucha sin que se den cuenta y cómo entenderá lo que se dicen–. Luis dio una última fumada al cigarro y lo tiró al suelo para aplastarlo con la bota. –¿Y usted las escucha, Don Chabel? –. –No’más cuando todo está silencio, como “orita”; pero “pus” como estoy hablando con “usté”, pus no las oigo– el campesino tiró el cigarro al suelo y lo apagó de un certero escupitajo. –Bueno Inge, trate de dormir; tempranito echamos a “volar su mueble” pa’que se regrese al pueblo; que tenga buenas noches–, pero antes de retirarse, Chabel advirtió: –No’más una cosa Inge, si trata de escuchar las voces tenga mucho cuidado–. Luis contestó con una pregunta: –¿Cuidado por qué? No le entiendo–. Chabel sonrió y contestó: –Por que no hay voces sin un cuerpo… si me entiende, ¿verdad?– y soltando una carcajada se alejó hacia su jacalito…

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El ruido de alguien subiendo las escaleras volvió a Luis a la realidad. Canceló por completo el sonido de las bocinas y pudo escuchar los pasos de alguien en las escaleras, seguramente era Alberto que decidió adelantar su llegada, sólo que los pasos eran más lentos. Seguramente venía cargado. Así que se levantó saliendo de la cabina, para abrir la puerta cerrada con llave. –Qué bueno que llegas Beto, ya me estaba dando hambre y ni cacahuates…–, dijo mientras abría la puerta, sólo que detrás de la puerta no había persona alguna. Nada. Nadie. Ni siquiera se escuchaba el ruido de la ciudad. De nuevo sólo estaba ahí ese zumbido en sus oídos.

Dejando la puerta abierta bajó las escaleras hasta la calle, y comprobó tres cosas: que nadie había subido, que no había un alma en las calles y que el silencio era casi absoluto, sólo interrumpido por el ruido de sus pasos. De regreso, mientras subía las escaleras, volvió a recordar la historia de Chabel e hizo un esfuerzo para librar sus tímpanos de aquel sonido y justo al llegar a la puerta de la estación pudo escuchar las voces. Ahí estaban, eran cientos, miles de ellas en un murmurar constante, inentendible, caótico. Se imaginó como niño escondiéndose para escuchar una conversación de adultos, y se dio cuenta que caminaba tratando de no hacer ruido dirigiéndose a la cabina; esto tenia que grabarlo. A escasos pasos de entrar a la cabina, los murmullos disminuyeron de intensidad para dar paso a una voz que de inmediato Luis ubicó: –Creo Luis, que esta vez tendrás tarea para tratar de explicarte lo que esta pasando, porque al final de cuentas Chabel tenía razón, no hay voces sin cuerpo. Y de la grabación, olvídalo; no registrarías más que tu propia respiración y el ruido del fondo–.

Continuará…….








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