jueves, septiembre 13, 2012

Sin Aliento (2ª Parte)

Sin aliento (2ª parte)

–No pensará saltar, ¿verdad?–, fue la voz que escuchó a sus espaldas cuando se disponía a escalar el pequeño muro para enfrentar el precipicio. Su cuerpo se tensó, y sin voltear atrás contestó al dueño de la voz: –Eso es cuestión que a usted no le importa. Le recomiendo que se largue–. Entonces la voz volvió a sonar, más cerca esta vez: –Aún trae la cartera en el pantalón. Le sugiero se la ponga dentro del saco con cualquier otra pertenencia. Es por la policía, usted sabe, son como la fregada. Antes de llamar a los servicios de emergencia, primero “basculean” al muertito, y ya después se pueden atender esas minucias–. El de la voz vio como aquel hombre apretaba el saco bajo su brazo, y luego dijo: –Relájese, yo no lo voy a robar. Puede estar tranquilo. Deje su saco aquí en la azotea, suba a la cornisa y salte, así de simple. Nomás no sea desconsiderado, y trate de atinarle a la banqueta. Porque si se estampa en la calle, además de entorpecer el tráfico, puede dañar alguno de esos autos preciosos que luego pasan por aquí.

Por fin el hombre aquel que pensaba suicidarse se decidió a voltear, y a muy cercana distancia se encontró con la figura de un hombre grueso, más o menos de su edad, con un cigarrillo sin encender en los labios y con una botella en la mano izquierda. La tímida luna que asomaba su semblante en cielo apenas iluminaba los rostros de los dos hombres que se miraban. Si bien el interlocutor del suicida en potencia tenía la facha de un indigente, no reflejaba agresividad en sus rasgos y además su voz parecía de alguien educado. –¿Lo conozco?– preguntó apretando más su saco. –En realidad sí. La última vez que me viste fue hace mucho tiempo, creo que tenías cinco años–. –¿En serio?–, dijo el hombre con sincera sorpresa, –eso quiere decir que fuimos compañeros de prescolar, supongo–. –Pues es ahí donde supones mal… no te molesta si enciendo un cigarrillo, ¿verdad?–. Sin esperar respuesta sacó un encendedor del bolsillo del pantalón y antes de hacer flama preguntó –¿Gustas uno?, quizás no sean de la mejor marca, pero bueno, tabaco es tabaco, ¿no crees?–. Aquel que pensaba saltar, dejó su saco en la cornisa, y antepuso su cuerpo entre aquel intruso y su saco. Tomó el cigarrillo de la cajetilla y dejó que le dieran fuego. Fue cuando por fin pudo ver por segundos la fisionomía de ese otro que había aparecido en el momento más inoportuno. Sus ojos bordeados de arrugas reflejaban una calma incomprensible; se veía su piel curtida por horas bajo el sol y en su boca dibujada una sonrisa amigable y enigmática. Mientras daba la primera bocanada de humo, su análisis se vio interrumpido por la voz de aquel hombre. –Usted es el señor del despacho 1333. El de la constructora…– y comenzó a tronar los dedos al mismo tiempo que intentaba acordarse del nombre. –Constructora Elite, me llamo Gustavo– y extendió su mano que fue estrechada con vigorosidad por el vagabundo que ahora le sonreía gustoso: –Sí, ya lo se, lo que no recuerdo es mi nombre pero todos me dicen Luca. Y luego Luca preguntó: –¿Así de mal están las cosas? Digo, para que hayas tomado la decisión de saltar. Qué se me hace que crees que has tocado fondo, pero te digo una verdad, apenas empiezas, eres un principiante del sufrimiento, hay muchos, tal vez demasiados según tus propias cuentas, que rebasan por mucho tus motivos y pretextos para quitarte la vida. Para muestra un botón: yo sí estoy en el fondo. Trabajo en lo que caiga. Como cuando hay algo para meter a la boca, ah! Pero eso sí– dijo palmeando la botella, –nunca me faltará mi única manera de soportar esta vida inmunda, que es la bebida y la fumada… me relaja–. –Eso quiere decir que alguna vez tuviste algo, a alguien?– preguntó Gustavo tirando la bachicha al suelo y pisándola. –No hombre, ¡qué va!, desde que tengo uso de razón jamás he tenido nada ni a nadie. Pero veo, escucho, y sé que no vivo como otros, otros como tú por ejemplo. Tú tienes casa, una mujer que te ama y unos chiquillos que te admiran. Eres su héroe–. Gustavo lo interrumpió entonces: –¿Y cómo se supone que sabes todo eso?

(continuará…)

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