jueves, abril 03, 2008

la de los jueves 3 abril 2008

Nunca me cansaré de agradecer a todas y a todos los que leen lo que escribo y me preguntan: ¿Qué pasó con “la de los jueves”? Y tampoco puedo hacer menos a los que, al toparse conmigo en algún lado me mientan la madre cuando descubren que soy el autor de tan singular texto semanal. Bueno, a veces así me entero que me han leído. Gracias a todos.

Existen varias razones por las que dejé de escribir estas últimas semanas. Una de ellas fue el haber estado fuera del terruño visitando costas, mar y sol (no me lo recuerden porque me regreso); y la otra, de gran importancia, la sabrán al terminar de leer lo que hoy publico.

Las historias empiezan cuando alguien tiene el ánimo y la disposición de compartirlas, y existe simultáneamente alguien que tiene interés en escucharlas. Luego pasan de boca en boca y de mano en mano, hasta que se convierten del dominio popular, o algo así. Esta historia que les contaré no es pretenciosa, no busca ser trascendental ni nada por el estilo. Es una historia cotidiana, real, tan humana como ordinaria, o extraordinaria, según se vea.

Hace muchos años (más de los que yo quisiera) había un joven de cabello corto (que ahora sería largo para quien hoy ostenta una brillante calva), inteligente como pocos y soñador como muchos en esa edad maravillosa de la primera juventud; en esas andaba este personaje cuando el azar, el destino, el divino, como ustedes lo prefieran, le condujo a conocer a una bella mujer que llenó su espacio de amor y su vida de inspiración. Se volvieron pareja. Un buen día, sin importarles el augurio de un futuro difícil, la lucha sin cuartel que se avecinaba, ellos decidieron levar anclas y hacerse a la mar, viajar juntos por encima de aguas de advertencia y conjetura, y emprendieron la aventura de unirse en matrimonio. Los familiares y amistades, muchos de ellos, seguramente la mayoría, pensaron en aquel entonces que estaban en un error. Sin embargo algunos pocos, viendo más allá de lo previsible, supieron lo que en verdad estaba sucediendo: las almas gemelas pocas veces se equivocan, y cuando se encuentran es muy difícil romper esa unión. Confieso que no fui uno de estos últimos, pues como la mayoría de sus amigos me dije: qué pendejo, ni modo, el que por su gusto es buey hasta la yunta lame. Así me dije en aquel entonces, con esa sabiduría corta pero agudísima intuición que traen los años mozos.

Pues bien, este personaje, mi amigo entrañable de juventud, cofrade en sueños y aspiraciones, es ahora un hombre al que conozco y quiero. Y ella, su esposa, la sé una gran mujer, madre y esposa de tiempo completo, además de poseer un espíritu emprendedor que la ha llevado a tener negocios exitosos. Estoy seguro que es de esos casos en los que al lado de una gran mujer sólo puede caminar un gran hombre.
Codo a codo han caminado 23 años en su aventura que iniciaron en Saltillo, y en los que han formado una hermosa familia. 23 años durante los cuales estos caminantes han ido dejando huella en los distintos lugares donde han vivido, cargando sus hijos de un lado para el otro, cambiando de residencia en 15 ocasiones y hecho 6 mudanzas completas de una ciudad a otra, probado las mieles y los sinsabores, disfrutado aciertos y sufrido decepciones, convertido sueños en realidad y pesadillas en fantasía, como todos. Como cualquiera de nosotros.

Ahora la vida, tan llena de variables y senderos caprichosos, pone a esta pareja en una encrucijada dolorosa para el alma y difícil para el entendimiento, al verse mermada la salud de ella en forma repentina. ¿Es que Dios, a través de ellos, nos quiere demostrar que sólo el amor lo vence todo? ¿O debemos concluir que la felicidad no es inagotable, que debemos estar preparados para lo inesperado siempre, que la naturaleza de la vida nos conduce inexorablemente hacia el deterioro sin otra alternativa posible? No tengo la respuesta, soy muy estúpido y superficial para este tipo de situaciones; pero sé que tú lectora y lector amigo podrán obtener sus conclusiones. Yo lo único que sé es que sufro cuando mis amigos sufren.
Esta pareja amiga enfrenta una prueba difícil que estoy seguro será superada, pues Dios protege y abraza a aquellos que profesan un amor tan evidente como el que ellos nos han mostrado todos estos años. Hoy más que nunca libran su lucha por salir adelante, pues ya no se trata del éxito de los negocios o la educación de los hijos. Se trata de que uno de los dos ha empezado a sentir los estragos del largo camino, y que el otro se detiene a esperar y apoyar a su pareja haciendo malabares para no bajarse del tren del día a día. Algo me dice de que el día de mañana este episodio será anécdota y ejemplo para aquellos que pensamos que la vida es “dura”. (¡Cómo somos ignorantes de este último adjetivo, deberíamos usarlo con más respeto!).

La otra razón por la que dejé de escribir es porque mi hermano, amigo y editor, José Luis Segovia, pasa por un momento difícil y sin su ayuda no puedo llevar a buen resguardo mis letras.

Socorro y José Luis, para ustedes mis mejores deseos y un abrazo del alma; a quienes llegaron hasta el final de esta historia: muchas gracias.

Que tengan ustedes buen día y mejores noches.

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