jueves, abril 10, 2008

la de los jueves 10 abril 2008

La semana pasada les conté una historia de la que no podemos sentirnos ajenos por completo, porque en la ruleta de la vida nadie sabe cuándo va uno a salir “premia’o”, en lo bueno o en lo malo. Por lo que siempre “buzos caperuzos” y a cuidarse, que hay descendencia que nos reclama vivos, activos, inteligentes (no soy ejemplo de nada: soy ejemplo de todo).

El día de hoy quiero dejar a un lado los temas sensibles, los que mueven el corazón, los sentimientos a un lado porque de no ser así, den por seguro que rompo en llanto, aviento este armatoste a un lado, cancelo “la de los jueves” (brincos darían algunos, claro) y me corto las venas con galletas “Marías”. Y es que mucho me pasa y mucho me afecta en estos días, y mi hipersensibilidad hacia lo que duele, lo que lastima, lo que punza, me hace alejarme de esos temas. Hablemos de otras cosas.

Fíjense ustedes que en los días pasados de asueto (que en la escuela de mis hijas los “alargaron”, ¿ustedes creen?, ¡Ah, qué “maestros”, no tienen “llenadera”! ¿Y el futuro del país? Parecen querernos decir estos nimios docentes que todo siempre podrá esperar para después de puentes y vacaciones, ¡Faltaba más!). Dios me permitió salir del “rancho” y largarme a tierras costeras para disfrutar de unos inmerecidos días fuera de la rutina (digo inmerecidos por lo poquito del disfrute), pero así que digan ustedes ¡Ah cómo descansó este güey!, pues no, la verdad no. Pero eso no es el punto, lo que quiero señalar es el desagrado y, en determinados momentos, la repugnancia que conlleva viajar por líneas aéreas baratas en México. En este caso, mi experiencia fue con “Aerobus”.

Antes de empezar a aventar pestes contra estos camiones polleros con alas (bendito Dios; hasta la fecha no han tenido percances estos aborígenes del vuelo) déjenme decirles que hay mucha gente que me comenta que no hay cosa mejor que el servicio de esta aerolínea, pero me tocó lo otro, el lado oscuro de la luna, el talón de Aquiles, y ni modo, sin llorar, pero sí me gustaría compartirlo con ustedes, los que al final de cuenta serán los mejores jueces. Todo empezó así: aquellos destinos no muy “turísticos”, digamos, salieron a tiempo (“quesque” a Veracruz, Chihuahua, Querétaro, La Bondojito y anexas); pero lo que fue Puerto Vallarta, Ixtapa y Cancún, los vuelos salieron en promedio con dos horas de retraso. Ya se, ya sé, que los expertos en estas lides me van a querer convencer de que lo que sucede es que estos destinos están saturados en temporada alta y los retrasos vienen desde los aeropuertos de estos lugares, pero me da igual, estuvimos mi gente y yo en la terminal “C” del aeropuerto internacional de Monterrey 120 minutos llenos de inacción.

Gracias a que soy un paranoico de la llegada temprano, un fanático de ese misterioso y casi inoperante atributo en nuestro país llamado puntualidad, me tocó ser de los que abordaron al principio (cosa que me costó una multa de 700 “devaluados”, por andar “hecho la mocha”), el caso es que mi mujer ganó la carrera que se desató hacia el avión (qué incivilidad, caramba, hacernos competir a los clientes por los asientos con el riesgo de terminar a golpes con algún prójimo más terco que uno) y cómodamente se apropió de cuatro asientos, justo antes de “onde” están las alas. Más al rato empezó el desfile de azafatas por el pasillo, llamando la atención del respetable y llenándonos de expectativa al empezar ese delicioso juego mental al tratar de imaginar qué platillo suculento escogieron esta vez esos magos del cielo. Al llegar el servicio a nuestros perfectamente ubicados asientos, resulta que para “refinar” sólo había cacahuates, un triste “lonchibón” y una dotación de calorías con burbujitas carbonatadas, de tal forma que tuve que recurrir a las bebidas alcohólicas (pedí dos “cheves” y me dijeron “nones”, no sin antes mirarme con cara de “viejo pedote”, y nada más me vendieron una).

El lugar a donde fui es un paraíso (sobrevaluado, si ustedes quieren, pero hermoso en realidad), no sólo por sus playas e historia; yo más bien diría que por su gente. Jamás encontré una cara “larga”, al contrario, sonrisas y ganas de ser amigables (estoy consciente de que lo hacen porque es conveniente para que el turista regrese, sin embargo verlos en su papel da gusto, se lo toman en serio y hacen que uno se sienta como rey con todas sus atenciones). En ciertas zonas me sentí estar en los “junaites estates” y hasta me hablaban en inglés (ha de haber sido por mi “blonda” y abundante cabellera), pero eso no minimizó lo bonito de vivir esta experiencia, esta vez con mis dos hijas. En todo nos fue muy bien y lo guardaré para siempre en mi memoria, sólo quiero comentar que ese pedazo de México sufre las mismas cosas que el resto de nuestro país y, sin embargo, se mueve (¡Agachones allá y aquí, qué herencia carajo, qué lastre para nuestro querido México!).

Ya de regreso, y volviendo a nuestros amigos los “Aerobuseros”, estos trogloditas del servicio nos dejaron varados la friolera de 14 horas de retraso. Luego échele usted dos hora más de vuelo, y todas las horas del mundo (así me lo parecieron) para llegar a casa, a mi Piedras Negras querido (“mi Piedras Negras querido nunca te puedo olvidar”, ya saben, con la música del tremendo Rigo Tovar). Cualquiera que no conozca los detalles pensaría que llegamos de un vuelo del otro lado del mundo, por el cúmulo de horas agotadoras; menos mal que andaba con mis hijas.

Pero a pesar de mi inconformidad por haber utilizado esta línea aérea, debo de reconocer dos cosas; la primera es que por fin hay una opción real para no tener que viajar más de 12 horas en el democrático camión (ahora en vez de “bus” es “aerobus”, esperas 12 horas en el aeropuerto y viajas 2) para visitar nuestra hermosa (preciosa, lindísima, única, mamacita, “quenlaquere”) Patria; y la segunda es haber comprobado que, por fin, como en cualquier lugar del mundo, hay opciones para quienes quieren conocer su propio país. Ya no hay excusas.

Llego al terruño y hubo reunión de “ex-mapaches” (“mapaches” siempre en el corazón) y me dio mucho gusto ver que nuestras porristas no eran sólo muchachas bonitas, pues hoy son mujeres guapas; también comprobé que aquellos “esbeltos” jugadores somos hoy “embarnecidos” adultos (por no decir unos “cuarentones con panza”; bueno, todos excepto mi “Bro”). Fueron días muy movidos, en los sentimientos, en lo familiar, en lo personal, en lo laboral y en lo neuronal (bueno ahí siempre, pa’ las dos neuronas sanas…).

La próxima semana les contaré la historia del “Cuate Altos” y su singular amigo “Oscar Murimos”, en la primera parte de su odisea “El gobierno de quien gente”. Por hoy guarden reposo y brinden unas a mi salud (sin recordar a mi “mami”, por favor).

Socorro y Jose Luis, están en mi corazón y plegarias todos los días; mujeres y hombres como ustedes son de los imprescindibles (no quise modificar la frase de Bertolt Brecht, pero está hecha para ustedes).

Que tengan ustedes buen día y mejores noches.

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