jueves, noviembre 15, 2012

Bouteille de vin

                                                                        Bouteille de vin


La llovía caía leve sobre la ciudad de Colmar, a diferencia de otras personas, Armando gustaba de los días nublados y lluviosos, mas aun si estos estaban acompañados de frío. Saco la mitad de su cuerpo por el ventanal de la habitación, cerró los ojos y se dejo acariciar por la lluvia.
Por su mente empezaron a pasar imágenes de esos tiempos idos, estudiante en la ciudad de Monterrey, barrios y calles que han cambiado con el tiempo, algunos inexistentes ya, como “Las Palmitas”, los “Tacos Piratas” de la esquina de Guadalajara y Pablo González, al lado de donde antes viviera Juan Pablo.
Así como se fueron estos lugares, también se fue la tranquilidad al caminar por las calles y la confianza de la gente. Apoyó la barbilla sobre su pecho, y se dejo embriagar de nostalgia: ¿En qué punto se había perdido la inocencia? Al tiempo que pasaba la mano por su calva, alguien tocando a la puerta lo sacó de sus pensamientos. Sin secarse las gotas de lluvia, acudió a abrir la puerta.
–Bonne nuit Monsieur, traigo la botella de vino que ordenó–. Armando señaló hacia la mesa de centro de la pequeña sala. El camarero dejó el servicio en el lugar que le había sido indicado, y tras esperar la firma de la nota y la propina, salió sin decir palabra. El huésped llevaba varios días con ellos, no era muy dado a la charla y todas las noches a la misma hora ordenaba una botella de Riesling, nada más.
Como todas las noches, Armando hizo las copas a un lado y dio un trago del pico de la botella. Caminó de nuevo al ventanal y se apoyó en el marco. Su mirada se dirigió a las personas que estaban en la terraza del Les Bateliers, cruzando el canal, y cayó en cuenta de que la lluvia había cesado, y de nuevo dio un trago a la botella. Salió de su hotel para caminar por las calles empedradas de La Pequeña Venecia, Octubre es frio, así que bajó el abrigo y se aseguró traer la botella de tequila mexicano. Tanto significaba para él el rito del alcohol, que se consideraba a sí mismo un místico del alcohol. Por horas a tragos de tequila, recorrió las calles antiguas bordeadas con casa de colores y entramados de madera.
Por fin llegó a Rue Turenne y tras cruzar el puente, avanzó unos pasos más para dar vuelta por Place des 6 Montaignes Noir y la fuente de Roesselmann. Pasaba de la media noche, por eso no esperaba encontrar a nadie en la calle, pero justo en una banca de la plaza, frente a la cafetería de la esquina, se encontraba sentado un hombre que al escuchar sus pasos, giró levemente la cabeza y saludó. –Bonne Nuit Monsieur, quelle belle nuit–. Armando masculló un –Oui, belle nuit–, y siguió hacia su hotel. Pasaba detrás de la banca el desconocido preguntó: –Tourist?– . –Si, de México–, contestó sin perder paso. –Ah, México, hermoso país el suyo. He estado ahí en varias ocasiones. Siempre tratan bien al visitante. Pero vamos Monsieur, deténgase. Permítame regresarle un poco de hospitalidad a cambio de la que yo recibí allá en su bendita tierra–. Armando se detuvo y volteó a ver a su interlocutor. Este palmeó el espacio vacío a su lado y levantando una copa con vino dijo: –Venga, siéntese, deje que le invite una copa de este excelente Riesling. Además, pedí un delicioso queso de cabra, frutas y pan, le invito a departir conmigo–. Armando comenzó a caminar hacia la banca y debajo del fedora y la bufanda pudo ver el rostro del hombre. Anciano de cara bonachona, de ojos azules y sonrisa contagiosa. Cabello completamente blanco asomaba bajo el sombrero. Armando no pudo evitar sonreír al tiempo que tomaba la copa que le ofrecía el anciano. –Me llamo Armando–. El anciano estrechó su mano con un apretón fuerte y cálido. Tomó otra copa y tras llenarla propuso un brindis. –Bien, Armando de México, que le parece si brindamos por una bella noche, en una bella ciudad–. Ambos levantaron su copa y bebieron.–Ahora, ¿le apetece contarme que lo trae a Colmar?- . –Mi objetivo es escribir. No sobre la ciudad en sí, sino de los dramas que se entretejen a lo ancho y largo de la misma–. El anciano cortó un pedazo de pan, y lo ofreció a Armando. Este lo rechazó con un gesto. –Así que es usted escritor–. –Lo intento, que es algo que disfruto–. Armando vació la copa de un solo trago. –Disculpe, pero no escuche su nombre- el anciano le sonrió y contesto –Será por que no se lo dije, pero me puede llamar Abuelo- . –Bueno es un poco extraño lo que me pide, pero de acuerdo. Dígame abuelo, que lo trae a usted por estos rumbos?- sin chistar aquel contesto –La calma, en esta época la ciudad esta en calma. Cierre los ojos, y notará como puede escuchar el correr del agua de la fuente, y más al fondo, el agua del canal a nuestras espaldas-.
–¿Y qué es lo que escribe?–. –Últimamente cuentos y algunos artículos para una revista, pero mi sueño es publicar un libro. Y si estoy aquí es por la generosidad de un buen amigo, que me financió diciendo que quizá este era el lugar indicado para comenzar un libro. Hasta el momento no he podido hilar una sola frase–. El abuelo rio. –Vamos hijo, que le puedo yo decir más que siga intentando, que siga detrás de su sueño. Quienes no tienen sueños se marchitan, van muriendo lentamente por dentro. Hasta que no queda nada. Siga intentando, luche por ese sueño y no deje que la opinión de la gente lo detengan –Armando asintió con la cabeza y vacío de nuevo su copa –Vaya, nuestro amigo Mexicano tiene sed esta noche- dijo el abuelo riendo y tras vaciar el contenido de la botella en la copa de su amigo dijo –me ha de disculpar, pero siento que no hay calma dentro de usted- Armando bajó la mirada y contestó: –No Abuelo, no la hay. Estoy asqueado de lo que sucede en mi país. Estoy harto de la impunidad de ex gobernantes y gobernantes. Estoy cansado de la incongruencia y la hipocresía con la que vivimos por allá. Cada mexicano es cómplice del mismo mal. Y sobre todo estoy enfermo de haber visto correr tanta sangre–. El anciano le contestó: –Usted no puede acabar con el hambre, la pobreza y tantos males que aquejan a su país, y al mundo. No puede dejarse comer la cabeza con eso. Lo que debe hacer es encomendarse a Dios y pedirle que nos de entendimiento para seguir nuestro camino – al levantar su mirada se encontró con aquellos ojos azules, penetrantes, llenos de calidez y calma;
-Sabe abuelo, tiene razón y créame que lo he escuchado con atención, pero en este momento no puedo evitar pensar que lo he visto en otro lado- aquel hombre rio de nuevo y contesto –es posible que así sea, pero también es posible que me este confundiendo con alguien –Armando acerco mas su rostro al rostro del abuelo y dijo: –Estoy seguro que lo he visto antes, pero no, no es posible. La persona a la que me refiero, no…pues no– el abuelo palmeo sus rodillas diciendo –Ahí tiene, solo fue una confusión–.
–Oiga abuelo, es bastante tarde, y bueno, yo me estoy hospedando aquí a unos pasos en Le Maréchal. Pero usted, pues no se, a menos que vaya a dormir en Le Colombier, le espera un rato de caminata–. El abuelo se sirvió otra copa y dijo: –Platiquemos amigo mio, no se preocupe por mí–.

Por horas abrieron su corazón dos extraños frente a la fuente de Roesselmann. Cuando la madrugada estaba a punto de despuntar, un Armando ebrio le dice al anciano: –Cuando vaya a México, no deje de ir a visitarme– sacó su libreta de apuntes y garabateó su dirección y teléfono, cortando la hoja la extendió hacia el anciano –Aquí me puede encontrar, me daría mucho gusto que mi esposa y mis hijas conocieran al abuelo de Colmar, pero debo decirle su español no tiene tintes de francés– el abuelo palmeó el hombro de Armando y tomando el pedazo de papel dijo: –es que no soy francés, yo nací en Wadowice–. El abuelo comenzó a guardar los restos de la velada en su cesta al tiempo que se quitó el sombrero y la bufanda, y los colocó en la cabeza y cuello de Armando diciéndole por lo bajo: –Duerme hijo y descansa, encuentra en tu corazón a Dios y encontrarás la calma–. Levantó su cesta y se alejó caminando por la Rue Turenne.

El sol comenzó a bañar de luz las calles de la Pequeña Venecia, y el ruido de un camión repartidor provocó que Armando despertara. Notó que portaba el Fedora de aquel hombre y también vestía la bufanda. Con algo de trabajo de puso de pie, y tras acomodarse el sombrero y la bufanda, subió las solapas de su abrigo y caminó hacia su hotel. Al llegar a su cuarto y a pesar del dolor de cabeza por el vino y la desvelada, sacó su computadora y comenzó a escribir. Sentía la necesidad de hacerlo, como si las musas hubiesen llegado de golpe abrazándolo y diciéndole al oído lo que debía escribir. Tan inmerso estaba en su trabajo, que apenas notó los golpes en la puerta, hasta que estos se hicieron más fuertes. Maldiciendo se puso de pie y abrió. Frente a el, un camarero llevaba una botella de vino con un pequeño sobre. –Monsieur, disculpe que lo moleste, pero un caballero le acaba de dejar esto en recepción con la instrucción que se le entregara inmediatamente–. Armando tomó la botella y abrió el sobre, su mirada era de sorpresa. Ante el atónito camarero, le entregó de nuevo la botella y dejó caer la nota para salir corriendo hacia las escaleras. El camarero, curioso, levantó la nota y leyó: “Gracias por abrirme tu corazón, siempre estaré contigo y los tuyos. Karol Jósef Wojtyla”.

1 comentario:

Patricia 333 dijo...

Jeremias 33:3

Feliz Año . . .